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ó
á
un inútil y amargo arrepentimiento. A lo menos cuanda
recibimos algun bien extraordinario, aunque hayamos puesto
por intercesor un santo, debemos dar las gracias
á
Dios, y no
atribuir la merced
á
su siervo, mientras de un modo elaro y
· manifiesto uo se conozca que por su intercesion
concedió Dios
lo que se le pedía. Por ejemplo: si un siervo del
Seil.or,en la
vida, obrase un verdadero milagro para bien de u
n necesitado,
ó lo hiciese despues de muerto al tiempo de invocarle, ó ha–
biéndose tocado alguua reliquia suya ó una estampa, ó apare–
ciéndose al que lo invocó al tiempo que recibe el bien desea–
do, uo deberá dudarse de que Dios hourabu á su siervo en
esas circunstancias, para que hiciese en· su nombre ese mila–
gro; en cuyo caso, sin defrauda.r la gforia á Dios, único prin–
cipio
y
autor de todo bien, se podrá testificar solemne
y
sensiblemente, por nlgun símbolo, la . merced recibida
á
rue–
gos de ese santo, para excitar la venerucion de los fieles, y
para que estos se valgan de su intercesion con mayor con–
fianza.
Supuesta la verdad y solidez de esta doctrina, paso
á
refe–
rir los milagros dudosos atribuidos á fray Martín antes de
exponer los verdaderos.
2.
0
Alilagros
dudosos.-Acometió en alta uoche al padre fray
Luis Guadalupe, un dolor tan agudo en la cintura, que se
creyó necesario administrarle los sántos sacramentos. Entró
á verle fray l\Iartin con un brasero de carbones encendidos,
y
tomándole el enfermo la mano para seil.alarle el sitio ado–
lorido, quedó al punto enteramente Sl\nO. Exclamó el enfer–
mo diciendo: Bendito sea Dios! ya estoy bueno, se me ha
quitado el dolor, y no necesito ningnn remedio. Avergonzó–
se el siervo de Dios, advirtiendo que se le atribuía la ·Sani–
dad, y bajando la cabeza confuso y humillado, dijo: •¿Así se
burlan de 'un pobre mulato?..
y
sin hablar mas palabra salió
de la celda, y fue
á
tocar el alba.
Enfermó gravemente, no se dice de que maJ, Antonio Gu–
tierrez que se babia hospedado en casa ,de la hermana de fray
Martín. Habiéndolo desahuciado los médicos que le medicina–
ban, llamó
á
fray l\Iartin su hermana, esperando ·lograr de un
niodo extraordinario la sanidad de su huésped. Llegó el sier–
vo de Dios,
y
despues de hablar al paciente sobre su bien
espiritual, se acostó junto á él en su propia cama. Durmióse
el enfermo, y luego que recordó, se sintió perfectamente
bueno.
Tambieu debe numer11rse entre los milagros dudosos,
la
sú–
bita sanidad del se(iOr Arzobispo de Méjico, que ae hallaba
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