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XII

PROLOGO DEL TRADUCTOR

ciéndosc xefes , y árbitros de su confedera–

cion. Asustada cada Ciudad de Ja ambicion

de los Lacedemonios, temió con razon ex–

pcrin1entar

la

n1isma suerte que

Athenas ,

si

quería disfrutar sus derechos. Toda Ja Gre–

cia se agitó para sacudir

el

yugo , ó preve–

nir la servidumbre; y

el

poder de Esparta

se desvaneció desde que los de Thebas ,

á

quienes trataba mas corno esclavos , que co·

n10

súbdiros,

se

revolvieron

contra su tiranía.

Se miró Thebas la principal cabeza en

Jos negocios de la G recia ;

y

la elevacion in–

esperada de una República, que hubiera

permanecido en la mayor obscuridad , si ca–

sualmente no hubiese producido un Peo–

plidas

1

y un Epaminondas, hizo aclarar una

revolucion preparada por sus vicios,

y

por

la general inquietud, que agitaba la Grecia.

o hubo despues Ciudad algo considera–

ble, que no creyese deber aspirar

á

la mis

ma fortuna que Thebas. Cada Pueblo hiZJ

sus intereses

a

parte'

y

no subsistió traza al–

guna de la antigua union. Se owidaron las

mas respetables alianzas, que hasta entonces

habían tenido;

y

las que se formaron en me–

dio de la rurbacion,

y

anarquÍJ,

110

impira–

ron la menor confianza. C3111biada la Polí–

tica en un embrollo fraudulento, no sirvió

mas que

á

las pasiones contrarias al bien de

la Sociedad. En esta situacion deplorable

sor-