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agita la úl tima e nergía ele su fu e rza,

y

e ntrega

s u última molécul a para hace r fec unda la ti er ra

y

dar a limentación

á

nu es tro o rga nismo; e ra e l

perfecto símbolo de aque ll os infolice-> qu e, e li–

minados de la catego ría de homb res raci o nal es,

soster)ían con su tra bajo, s in descanso ni espe–

ra nza de al ivio, la vida. los placeres

y

la corrup–

ció n de sus señores. Toda un a sociedad, todo

un mundo, movido por una ru edrt q11e destilaba

?a ng- re

y

acíba r, t e nía pronto que paralizar s u

actividad.

y

con ella, disolverse sus elementos.

Además e l Imperio Roman'), en su incon s–

ciente !abu r de unir

á

tocios

los pueblos

y

á

t~das

las razas; de mezclar todos los se ntimi e n–

tos. idea les yadel a ntos

ele.la

civilización antigua;

había conseguido sólo la unidad mate ri a l del

mundo, aprisionado por

las garras de l. águila

conquistadora. Esa unidad rep rese ntaba la jux–

t::ipos ición fisica, no la compenetraGión química .

El Imperio Romano, e nvil ecido

é

impote nte,

no pod ía mantene r la ob ra efi mera de la viol e n

cía;

y

así co rno un est re meci mi e nto el e la tierra

destruye el edificio ma l construido, el galopar

del caballo ele Atila dió al fin por el suelo · con

aq uel inme nso a montonamiento d e materi a les.

levantados unos sobre o tros sin orden

ni

trabazón. El ge nio del exte rminio se d e tuvo

únicamente ante. un anciano e njuto

y

dé bil.

Atila, e l g ue rre ro iracundo, inclinándose a nte

León, e l Pontífice Santo, firmaba la abdica–

ción del mundo antiguo, del principio mate rial ,

en presencia del cristianismo que traía la idea

del espíritu, la fuerza moral

y

la igualdad de

los hombres.