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fechas en que fueron hechas esas ediciones, limi·
tándose tan sólo
á
registrar los títulos de ellas
y
hacer algunas apreciaciones sobre esas obras; bien
se comprenclerá, que si en el curso de la nomen–
clatura que precede, hemos dejado de sefialar
el lugar
y
fecha de impresión que corresponde á
gran número de esas obras, ha sido porque hemos
carecido completamente de estos datos. Por eso,
el bibliógrafo concienzudo que desea no omitir el
menor pormenor sobre las obras
á
que se contrae,
se ve precisado, de mal grado, á hacer un trabajo
imperfecto.
.
Esto mismo nos ha sucedido á nosotros, pues á
pesar de nuestro prolijo cuidado en investigar los
menores pormenores que se relacionan con las edi–
ciones antiguas, en muchos casos hemos tenido
que prescindir de hacer las referencias conve·
nientes, por la imposibilidad que hemos encontra–
do de satisfacer nuestros deseos al respecto.
Muchos son los impresores que en los albores
de la Imprenta se han distinguido por sus produc·
ciones tipográficas, rivalizando no sólo en el per–
feccionamiento de la forma de los caracteres que
emplearon, sino también en dar á luz las obras
más importantes de los autores clásicos: deriván–
dose, de esos comunes esfuerzos, el brillo que ha
adquirido este divino arte desde su infancia.
Sabido es que Alemania ha sido la cuna de la
Imprenta, pues que Juan Guttemberg, Juan Fust
y
Pedro Schcaffer en Maguncia, Santiago Mente!
en Estrasburgo,
y
Alberto Pfi ster en Bam berg,
fueron los primitivos impresores que ejercieron
la tipografía en esas ciudades.
Incuestionable es la gloria que le cupo á Gut·
temberg como inventor de la Imprenta, pero
también
á
Fust
y
á
Schcaffer les toca una parte