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I

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168

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,11., PERRZ

GALDO~

--------r-,

¡ --:.-

---"--'---'--------:------=..-

corría

en

busca de

Sy'

amor. Era como aque·

lIa eeguridad de la fe, qu'e sostiene y 'declara

hi

verdad siJl v'erIa ni poder explicarla.

,

I

Después oyó cantar un gallo,

'y

á

la vóz de

,hquél respondiel'on 'Otros sucesivamente, 'cerca

y ' l{'jos, formando el ,más bello concierte que

puede imaginarse..No existe en la N

aturaléz~,

fuera de

ln

J

humano, voz más conmovedora

que el

al8¡ri~A

de aquel poble 'anhnál, excla,ma-

, c'ión lanzada por los campos en los

·nstante~

lúcidos

de

su

pla~entero suefio~

y con

la

cual

di·

ce nI

hombre:

e

y~

soy la amenid/"ad de la vida,

In

paz,

la

sencillez,

l~

diligencia y el

trabt~.jo

.•

I

.'

,

-

" Dalllel oía los remotos

~alertas

del gallo que

c!:ullalHl;!J:

c¡aUá

va, allí- val.

«Ha

de volver-pensó, dirigiendo ávidas

miradas hacia las

colinas.-S~-

el corazón me

, engnña

~sta

vez, dudaré de él toda mi vida.• ,

Había transcurrido poco más de hQra

y

me·

di~

desde la desaparición del coche, cuando el

israelita creyó sentir torbellino,de ruedas. No

era todavía más que un convencimiento inti·

mo , sin nada real que resultara de una sensa–

ción clara. Esperó,

y

al cabo de cierto tiempo

adquirió la certidumbre de que un coche

venia.

cSansón, Sansón-gritó tirándole de

UD

brazo.-Levántate, perezoso.