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,11., PERRZ
GALDO~
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corría
en
busca de
Sy'
amor. Era como aque·
lIa eeguridad de la fe, qu'e sostiene y 'declara
hi
verdad siJl v'erIa ni poder explicarla.
,
I
Después oyó cantar un gallo,
'y
á
la vóz de
,hquél respondiel'on 'Otros sucesivamente, 'cerca
y ' l{'jos, formando el ,más bello concierte que
puede imaginarse..No existe en la N
aturaléz~,
fuera de
ln
J
humano, voz más conmovedora
que el
al8¡ri~A
de aquel poble 'anhnál, excla,ma-
, c'ión lanzada por los campos en los
·nstante~
lúcidos
de
su
pla~entero suefio~
y con
la
cual
di·
ce nI
hombre:
e
y~
soy la amenid/"ad de la vida,
In
paz,
la
sencillez,
l~
diligencia y el
trabt~.jo
.•
I
.'
,
-
" Dalllel oía los remotos
~alertas
del gallo que
c!:ullalHl;!J:
c¡aUá
va, allí- val.
«Ha
de volver-pensó, dirigiendo ávidas
miradas hacia las
colinas.-S~-
el corazón me
, engnña
~sta
vez, dudaré de él toda mi vida.• ,
Había transcurrido poco más de hQra
y
me·
di~
desde la desaparición del coche, cuando el
israelita creyó sentir torbellino,de ruedas. No
era todavía más que un convencimiento inti·
mo , sin nada real que resultara de una sensa–
ción clara. Esperó,
y
al cabo de cierto tiempo
adquirió la certidumbre de que un coche
venia.
cSansón, Sansón-gritó tirándole de
UD
brazo.-Levántate, perezoso.