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218

B. PÉREZ GALDÓS

,

.

,

oir una vibración de aquella música callada-de

que habló el poeta,

y

que en tal sitio les dice:

~

no me turbéis.

lt .

Una tarde de

J

alío

la

alfombra de helechos

fué .hollada por un caballo,

y

Daniel

Mor~on '

que lo montaba echó pie

á

tierra junto

á

la cer–

ca. No tenía

q

ue esperar, porqne

á

dos pasos

de

allí,

fiel

y

puntual

COPlO

las

horas~

estaba

la

sellorita de Lantigua. Toda

la

hermosura de

la:

tarde, templada y serena, se había concen–

trado en su persona, seglín la veían los ojos–

del carifíoso

amaJ;!te,

y ella era el, ,cielo azul,

-l~

mar profunda y llena de

a~monías

patéticas,

el suelo fresco

y

salpicado de sonrisas, la dul–

ce umbría del bosque con su balsámico am..

hien:te, la luz que

á

trechos en traba por lo"s cla–

¡'OS,

semej an tes

á

las . ventanas dé una ca-

~

tedral.

---

Gloria miró

á

todos lados. .

.

"

cNo .hay nadie,-murmuró Morton.

-Siempre me parece que alguien .nos ve–

dijo ella . - Anteayer , cuando volvía, sncontré

á.

Teresita la Monj a, la mujer de D. Juan Ama–

rillo••

." El

ineelJto que aleteaba sobre las flores,

la

arafia que, se descolg'aba por una cuerda casi

ideal, una vela en el horizonte, un escollo que

con el movimiento del agua se tapaba

y

se des-

-