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B. PÉREZ GALDÓS
,
.
,
oir una vibración de aquella música callada-de
que habló el poeta,
y
que en tal sitio les dice:
~
no me turbéis.
lt .
Una tarde de
J
alío
la
alfombra de helechos
fué .hollada por un caballo,
y
Daniel
Mor~on '
que lo montaba echó pie
á
tierra junto
á
la cer–
ca. No tenía
q
ue esperar, porqne
á
dos pasos
de
allí,
fiel
y
puntual
COPlO
las
horas~
estaba
la
sellorita de Lantigua. Toda
la
hermosura de
la:
tarde, templada y serena, se había concen–
trado en su persona, seglín la veían los ojos–
del carifíoso
amaJ;!te,
y ella era el, ,cielo azul,
-l~
mar profunda y llena de
a~monías
patéticas,
el suelo fresco
y
salpicado de sonrisas, la dul–
ce umbría del bosque con su balsámico am..
hien:te, la luz que
á
trechos en traba por lo"s cla–
¡'OS,
semej an tes
á
las . ventanas dé una ca-
~
tedral.
---
Gloria miró
á
todos lados. .
.
"
cNo .hay nadie,-murmuró Morton.
-Siempre me parece que alguien .nos ve–
dijo ella . - Anteayer , cuando volvía, sncontré
á.
Teresita la Monj a, la mujer de D. Juan Ama–
rillo••
." El
ineelJto que aleteaba sobre las flores,
la
arafia que, se descolg'aba por una cuerda casi
ideal, una vela en el horizonte, un escollo que
con el movimiento del agua se tapaba
y
se des-
-