I
GLORIA
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' rriiénto ajeno,
y
reducir mi alm,a, encerrándo-
. la uentro
de
una esfera mezquina. Pero no: '¡el
cielo :no 'es del tamat10 del vidrio 'con que se /
miral .Es muy grande. Yo saldré fuera' de este
cápullo e,n
q~e
est?y: metida, 'porque ha sona–
do la hora de que salga,
X
,Dios me dice:
e
Sal,
'porque yo te hice para tener luz
prop~a
como
e~
sol, no para reflejar la 'ajena coino un char-
- co de agua.'
Gloria vertía lá.grimas
ardi~ntes;
su cerebro '
telampagueaba, y en sus sienes vibraban las
arterias como los bordones de un arpa heri–
'dos por vigoroso dedo. Todo en ella gritaba: '
•
I
e
¡Rebélate, rebélatel. •. ¡Ay de
'tí
si no te
rebelas! •
.y
no pudiendo permanecer en molesta quie–
tud, .arrojóse del lecho para ir tentando en el
vacío y adivinar con· su febril mano los obje–
tos, envueltos en .profunda obscuridad.
cDónde estás, Seílor y Dios mío?, dijo.
Al
fin
puso la mano sobre el Cristo de mar–
fil
que presidía en sú cuarto.
cSetlor-murmuró~-¿Es
posible que con–
sientas eso? ¿Para esto valía la pena de que es–
piraras en esa afrentosa cruz? ¿Sé ha cumplido
tu ley?,
Después inclinó la cabeza sobre el pecho, ex ...
balando un gemido,
y
puesta la mano ante los
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