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GLORtA

129

La

traine~a

embistió las olas. Subía por la

empiuada pendiente, desapareciendo después.

eutre'Fevueltos torbellinos de espuma. A veces

creeríase que los montes de agua se la

tr8ga~

hall de un sorbo,

á

veces que la escupían en- .

tre salivazos de rabia. Pero avanzaba, débil

y -

-valerosa, como la fe en Dios por entre los eme

bates del mundo.

D. Angel se había quitado el sombrero, que

era

ya

una esponja,

y

arrodillándose en el fan–

go, rezaba en .voz alta. D. Juan, Rafael, Se–

dedo, sentían las vivísimas emociones del sen–

timiento

cristian~

en su mayor pureza.

cLlegarán, llegaráJl

y

les salvarán - dijo

D. Angel con la inefable convicción del creyen·–

te.-Dios oirá nuestros ruegos.:t

y

los atrevidos salvadores lograron acercar–

se á los costados del buque, recogieron el grue–

so cable que de éste les fué arrojado" yen,

me–

nos de una hora toda la tripulación estuvo en

{ tierra. ¡Admirable efecto de la misericordia de

1

Diosl Cuando la trainera volvió

á

tierra, las

olas se aplacaron, como si el mismo Océano,

que jamás perdona, se sintiera enternecido.

Cuando los infelices tripulantes (eran ocho) pu–

sieron el pie en tierra, D. Angel les abrazó

á

todos, mezclando sus lágrimas con el agua sa–

lada que les empapaba. Habían acudido

á

la

i