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B. PEREZ GALDOS
debía- ser soltada ya. Alzaba el buque mori·
bundo la p'roa, dejando en descubierto toda la
l
.
.
roda
y
á
ratos parte de la
qUllla~
Ya no ee
movió más;
y
en su convulsión
post~era~
tem–
blaban las rQtas ja.rcias,
y
el palo de trinque·
te, con la doble cruz formada por las vergas,
se doblaba como un báculo roto. EntonQes
lus _
olas avanzaron triunfantes sobre el cadáver
de la nave, que y'a era un cuerpo inmóvil,
y
se
po~esiol1aron
de él ebrias de feroz
.gozo"
Una entraba frenética
y
se metía hasta Ías bo- .
degas; otra pasaba por encima de la cubierta
arrollando cuanto halJaba
al
paso; ésta subía,
".
.
salpicando por /las escal-as de lp.<s
jar~ia~,.
hasta
tocar las cofas; aquélla
se
estrell~ba
contra
lo.
co'nvexa armadura negra,
y
otra, la más fatua
de todas, daba un salto hasta la chimene'a
y
entraba por la boca para inundar las
má-
.
qlunas .
. c¡Hijos míos!-exclamó el ObisPQ en
tOllO
grandioso,
alzand~
la mano bendecidora de los
pueblós.~No
sojs cristianos, no sois espafíoles
81 dejáis perecer
á
esa pobre gente.»
Los mareantes gruíieron" Se miraron unos
á
otros, buscando entre ellos el más valiente.
Pero el m'ás
valiente
no
parecía.
«No se
puede~
Ilustrísimo Señor,-dijo al fin
Germé.n, encogiéndose· de hombros.
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