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ABLO M ACERA
que sabfan leery escribir pocos
eran los que podfan comprar
Ii–
bros. El campesino, los esclavos,
el artesano, los sirvientes nose
permitfan esos gastos. No muy
lejos de este primer grupo de
analfabetos o iletrados sin po–
sibilidad econ6mica ni cultural
para la lectura se encontraban
ciertos sectores del comercio y
del clero secular del virreinato.
Los documentos de la epoca
revelan en uno y otro caso una
penosa indigencia bibliograftca.
El comerciante, espanol o crio–
llo, no parece haberse interesa–
do durante el siglo XVIII por los
libros, ni siquiera por aquellos que
de un modo u otro se relacio–
nasen con
SUS
propias activida–
des. Hombres como Alonso de
Losada, gallego, del comercio
limeno que lleg6 a poseer cien
libros, constituye una excepci6n.
En la mayor parte de los casos
a la muerte de un comerciante
no se encontraba en sus casas
libro alguno
0
a lo mas veinte
0
treinta, como los que tuvieron el
tendero Felipe Bosch y el «arqui–
tectrn> Claudio Bucelino, ambos
franceses. El promedio de lectu–
ra fue muy inferior a estas cifras.
La biblioteca comercial tfpica
no parece haber sobrepasado
los cuatro o diez volumenesque
poseyeron el agricultor Jose Fe–
lix Matheu, el platero Francisco
Gonzalez Le6n o el comerciante
Juan de lrrazabal.
En cuanto al clero secular es
preciso distinguir de un lado a
los grandes prelados, can6nigos
y beneftciarios
y
del otro a los
curas de provincias, a quienes
espedftcamente nos referimos
en este pasaje. Hombres pos–
tergados, que cobraban rentas
120
cortfsimas, vivfan en un verda–
dero destierro, arrinconados
en aldeas donde no digamos
la lectura sino el mismo cas–
tellano venfa a ser un lujo. Las
bibliotecas de estos sacerdo–
tes nunca tenfan m6s de diez
o veinte libros. Mencionaremos
a dos para evitar las digresio–
nes: la del cura de Huanta don
Blas Hernandez (que nombr6
albacea a su Obispo don Ma–
nuel Jeronimo de Romanf) con
cuarenta volumenes y la de don
Ano
I
Coleccionista
Manuel Tacuri, cura y vicario de
San Juan de Cochas en Caja–
tambo, que segun anotaci6n
textual del escribano solo cons–
taba de «cuatro libros viejos que
tratan de varios asuntos m6s un
vocabulario de Nebrija». Con
raz6n podfa quejarse Ignacio de
Castro en 1789 de las angustias
y soledades que padedan los
curas de la sierra . Y esta situa–
ci6n fue tanto m6s aftictiva que
contrast6 con la abundancia y
riqueza de algunas bibliotecas
I
Li
bros
1757
Presbftero Jose de Alvarado
y
Toledo
100
1759
Presbftero Diego de Arias, abogado
100
1770
Can6nigo Tomas Jose de Geraldino
200
1775
Conde de Villanueva del Soto
250
1777
Can6nigo Manuel de Chavez Calderon
200
1777
Presbftero Valentin Gonzalez Terrones
250
1795
Prebendado Gregorio Sanchez Panizo
300
1799
Don Estan islao de Landazuri, Caballero de Santiago, Superin-
300
tendente de la Casa de la Moneda
Joyas de la Biblioteca