Tropezamos
con el monstruo. Polfgrofo,
o sea,
motem6tico, ostr6nomo, poeto: hoblobo
/otfn, griego, fronces,
portugues,
itoliono, quechuo,
y
su
biblioteco confirmo eso
disperse
curiosidod.
eOue
si
lefo? Escribfo,
tontos
libros
como su
ocr6stico: Pedro de Perolta Bor–
nuevo Rocho
y
Benavides.
Luis
Alberto Sanchez
que
le ho dedicodo uno biogroffo,
ocoso
desde
el tftu/o,
confieso su
odmiroci6n
como
cierto exosperoci6n:
El doctor Oce6no
{1967).
Acoso
SU
pub/ico colonial fueron
juristos, c/erigos, medicos
y
hombres de le fros.
tenfo como representonte o co–
misionodo en eso ciudod al od–
ministrodor de correos don Jose
de Olofs y Quintona . Lo corres–
pondencio familiar del Archivo
de Astete Concho otestiguo lo
intensidod de este tr6fico, gro–
cios al cuol pudieron enriquecer
sus bibliotecos de Choreas, el
obispo de La Paz, el oidor Pe–
dro Tagle y don Cristobal Mesfo
conde de Sierra Bello .
Joyas de la Biblioteca
Desde el Peru tombien, segun
afirmabo el general Ignacio
de Escandon en 17
65,
fueron
enviodos a Quito y Guayaquil
las obros del padre Feijoo que
solicitobon los loicos y el clero
ilustrodo de esos provincios. Y
todovfa en los ogitodos tiempos
de las rebeliones criollos, los qui–
tenos continuoron demondon–
do libros a lo metropoli virreinol.
Muchos veces con el tono de
BIBLIOTECAS PERUANAS DEL SIGLO XVIII
desesperodo urgencio que em–
pleo en 181
O
Joaquin Miguel de
Araujo para pedir al oidor Fer–
nando Cuadrado que le envio–
se los libros que no podfo con–
seguir en su ciudod . Araujo era
leal defensor del rey, lamentaba
los esfuerzos del infierno en las
provincios del norte («en toda
esta extension no suena otra voz
que libertad e independencia») .
Paro prevenirlos, para defender
los derechos de lo fe y los de–
rechos del trono, los libros eron
segun el la mejor orma y rogaba
al oidor que los consiguiero sin
reporor en el precio.
II.
Las bibliotecas
En su Preliminor a las
Memorias
Apologeticas de la America Me–
ridional
(Cadiz 1759) el limeno
Llano Zapata se ufanaba de que
las bibliotecos del Peru poco te–
nfon que envidior a las de Espa–
na. Llano Zapato no exogero. Lo
importoncio del comercio lime–
no de libros a que se ho oludido
en p6ginos onteriores es de por sf
un indicio. Pero con todo, como
se ver6 a continuocion, no ha
de creerse que la nuestro fue
uno ciudod de lectores ni que
todos las «bibliotecos» que figu–
ron en los inventorios de bienes
del siglo XVllll merecieron reol–
mente ese nombre. En primer
lugor lo lecturo, como todos las
otros octividodes culturoles, fue
entonces uno prolongocion del
ocio oristocr6tico para uso y lujo
exclusivo de las closes dirigentes
coloniales. No todos podfon leer
ni compror libros en el Peru. Lo
moyorfo de nuestro poblocion
era entonces como hoy dfa
onalfobeto . Youn entre oquellos
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