

PABLO M ACERA
Uma se convirti6, durante el siglo XVIII, en el principal dep6sito de libros
y
centro de distribuci6n en la America meridional.
A pesar de ello el libro consti–
tufa un buen negocio para los
comerciantes limenos, como
que se hallaba destinado a una
minorfa pudiente que no vaci–
laba en pagar precios eleva–
dfsimos. No es muy seguro, sin
embargo, si hubo quienes se de–
dicaron exclusivamente a este
genera de actividad comercial.
El
Diorio
de
Lima
nos habla de
la tienda de libros que tuvo en
la calle de Mercaderes Hernan–
do Salvatierra y sabemos por el
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cura de Conchucos Jose Felipe
Huidobro (1822) que habfa otra
similar de Jose Marfa Varela en
la calle de Bodegones. A estas
y hacia principios del siglo XIX y
durante los primeros anos de la
Republica habrfa que anadir las
que el joven historiador Carlos
Milla ha encontrodo menciona–
das en los legajos del Archivo
arzobispal limeno. Todas ellas
pudieron ser librerfasen el senti–
do moderno, aunque no existe
prueba conc luyente al respec-
to en muchos casos . Pero a su
!ado es necesario considerar
a las casas de comercio que
vendfan el libro junto con otras
mercaderfas y lo ofredan a su
clientela al mismo tiempo que
los clavos, abarrotes, especies
y
cintas. Asf lo hada por ejem–
plo a fines del siglo XVIII Juan
de Velasquez quien mezclaba
en
SUS
most(adores las gramati–
c asde Nebrija y las cartillas de
lectura para uso escolar con
cuchillos, cascabeles
y
cocos.
Joyas de la Biblioteca