Es a Bergson a quien se le atribuye esta idea: «todo filó–
sofo tiene dos filosofías, la suya, y la de Spinoza». ¿Es Gar–
cilaso, para afirmarlo o negarlo, nuestra referencia ineluc–
table? Ahora bien, aparte la frecuentación reiterada, hay
diferencia en los propósitos de
ambos autores. La ambición de
Spinoza «El marrano de la razón»,
es conocida. Es propuesta de teo–
logía política que trasciende a las
religiones, incluyendo la judía a la
que había renegado y a la cristiana
de la que también es expulsado,
doble convicto, hoy frecuentado
por todos los que les interesa su
concepto de la libertad y esa idea
panteísta de un Dios que se diluye
en el mundo mismo. Otra es la del
cusqueño que se apaga mansa–
mente en Córdoba, que vive como
devoto cristiano y no aspira a alguna lectura herética, que
por el contrario redacta a tiempo su testamento, arreglando
sus terrestres débitos. Al juvenil demandante en Cortes, al
guerrero de las Alpujarras, al capitán hispano con «cuatro
conductas», los años de quietud de Sevilla y de Córdoba, lo
vuelven humanista sosegado que se recluye para escribir.
Si bien había aprendido el latín de niño, en el Cusco, en–
señado por su ayo Alcobaza como él mismo lo describe, y
frecuentado más tarde los eruditos españoles, y aprendido
el toscano (acaso después de conocer Italia) será admira–
ble prosista, sin duda alguna, y hombre de varias culturas,
pero no se toma por un filósofo, al contrario. Porras y Riva
Agüero, que son el núcleo fuerte de una de esas miradas
sobre Garcilaso que examinaremos, sospechan que se pasó
la vida estudiando, consciente que no había adquirido sino
tardíamente la sapiencia humanista que luego lo colocará
a la par que los grandes de su tiempo. Por eso escribe en el
atardecer de su existencia.
El parangón con Spinoza no es en el nombre de una
doctrina, sino por ser ambos centro de constante reapa -
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