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Gohiernos ilustrados;
J
es que solo su inalterable
y
estricta
rclijiosidad en
el
cumplimiento
de sus contratos, puede
ternplar la idea de su arbitraricdatl
.Y
c.lcstruil' el natural
temor de los abusos a que suele conducirlos su poder.
Algo mas; cuando un Gobierno aun no ha ganado esa.
confianza o la ha perdido por
aclos
que la dcstrnyen;
para
rcsl:ihleccrla,
necesita,
hasta
ceder alguna vez de
su
derecho, porque en t.oda contienda, se cree ,jcncralmcn–
tc, que
et
mas fuerte es
el
agresor.
Ta1 es, Señor, la única clave del crédito de los Gobier–
nos. Sin ella, la sociedad de .Jorge T. Pinto hoi seria Ja
víctima; pero
11utfiíuia
lo serú el mismo Gobierno que
nos ha)·a
sacrificado;
porque todos
didn,
si esta vez ha
fallado a
sus compromisos
contraidos con tanta
solemni–
dad, ¿quó le impedirú faltar
a
cmrnto
dcspucs estipule?
¿qué gt1rantía d:1rá a sus acreedores
y
estipulantes?
Pre–
ciso
es
no olvidar que la infidelidad
y
l.a injusticia son
t'.Orno
la sangre,
que al fin
vnchc
al corazon de donde
partió.
Lo espucsto parece suficiente, para convencer que ni
fon
el
pretcsto
de
¡Híblita
utilidad,
ha podido violarse un
ronlralo lan solcnmemente
eclchrado.
Pero aun bai qnc mirar el nuestro bajo de un aspecto
nrns
sório
para los hornlircs i1ustrados, aun cuando
el
t·ulyo
lo mire
con
desprecio
y
aun con
escarnio.
'f¿l(
es,
Sefíor, el <¡ue presenta nuestro contr:.1to en su rclacion
con
el
decreto
intenrncionnl.
Este vulgo que en los
P101nentos
de
transiciones
políti–
cas usurpa el título de
Público,
y
:um
de
l)ucblo
Soberano,
hn creido
y
proclamado sin razon ((que
la
calidad de es–
tranjcros afecta a la
nwyoría
de nuestros socios,
desna–
turalizaba
mieslro
contrato,
y
relevaha
al
Gobierno del
1
lehcr de cumplirlo,
co1no
ct;mplirlo
d<'hiera,
si huhi1.•:'.w