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Discurso II.

en las supersticiosas extensiones , que despues

hicieron , pero no en su origen ,

y

establed–

miento , no me opongo

a

ello ; pues tal es

la

condicion humana, singularmente en asuntos

<le religioa , pasar insensiblemente de princi–

pios naturales'

y

simples'

a

los mayores absur–

dos , como veremos en

la

prosecucion de esta

obra.

§.

VIII.

86 Acabamos de ver como algunos sabios

pretenden ,

y

no sin alguna probabilidad , exi-

' mir

a

Zoroaster del quimerico sistema de los

dos principios, como que no caben en un hom–

bre , que por otra parte ha dado pru{}bas de

gran penetracion , tales absurdos.

No

debiera,

a

no testificarlo la experiencia'

esperarse

hu–

biese sabio alguno en estos

tiempos sospecho–

so de

SU

inclinacion

a

semejantes extravagan–

cias. Bayle en su Diccionario Crftico confia–

damente asegura , que consultando las ideas

mas claras,

y

seguras , no se puede imaginar

mayor abstirdo que la hipotesi de Ios dos prin–

cipios. crEstas ideas, dice, nos ensefian que

,, un Ser que existe de si mismo , un Ser ne–

" cesario , un Ser eterno debe ser unico , in–

,, finito , omnipotente , dotado

de

todas

las

,~

per-