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salgan las familias de la ciudad, para la isla Caridad, situada en
el Río Uruguay. A estos bravos los sigue mandando el General
Don Leandro Gomez, y en los baluartes de la ciudadela flamea
altivo el pabellon Oriental.
Afuera, en cambio, por agua y por tierra, rodea á la plaza un
ejército numeroso de las tres armas, y la escuadra mas grande
de la América del Sud. Las armas son las mas modernas y lo
cañones, y los obúes y todas las máquinas de destruccion con
que cuenta el arte de la guerra,
funcionan allí abundan–
temente; trincheras inmensas hánse levantado rodeando la ciu·
dad, en las cuales lucen fieramente las bocas imponentes de
cuarenta cañones de respetable calibre. Pero
tambien se
ven alli confundidas, formando una union híbrida, chocante,
que hiere y subleva el amor pátrio, desplegar dos banderas
distintas y que representan diferente sistema de gobierno:
la Monárquica Brasilera y la Oriental Republicana;
ó
lo que
es lo mismo:
la esclavitud y la libertad, el oscurantismo y
la civilizacion. La primera exhibe orgullosa y á todos los vien–
tos sus pálidos colores verde y amarillo, y la última ondea dé–
bilmente, casi está arrollada, mostrando con dificultad sus
bellas franjas celestes y blancas, como si estuviera rendida y
humillada ante el otro pabellon.
Empieza el combate en las primeras horas de la madrugada
del día 31 de Diciembre de 1864; pero de una manera desigual,
horrible, espantosamente desigual. Las balas de cañon, y las
bombas y granadas llueven sobre la ciudad como una inmensa
granizada. Los sitiadores intentan una y mil veces el ataque
á la plaza descargando sobre los sitiados un diluvio de balas de
todas clases y tamaños. Se abren claros inmensos en las trin.
cheras y se derrumban y vuelan infinidad de edificios.
Pero
apesar de todo, los de adentro se baten con una bizarría fuera
de toda ponderacion, sin fijarse en el número infinitamente ma–
yor de sus enemigos ni de los estragos que aquel inmenso me–
tralleo produce en sus filas.
¡Son Orientales,
y
creen p elear por
la Indepencia de su patria!
Y ante este heroísmo se estre–
llan los
e~fuerzos
de los Aliados, muriendo di ez por uno de
sus enemigos y mordiendo rabiosos el polvo de la derrota.
Y así pasa un dia y otro dia, y los ataques se repiten
por horas y por minutos, no cesando ni un segundo el fuego
de la escuadra y ejército sitiadores.
A los defensores de la ciudad se les han agotado comple-