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rios y que él, con la guerrilla, se replegaria en seguida que

anocheciera.

Se esperó al Alférez Marcos hasta las diez de la noche, y

como no viniera (se perdió esa noche y recien

á

los dos dias se

íncorporó al ejército), se emprendió marcha en direccional Ar–

rayan, llegando

á

las 12 de la noche donde estaba acampada la

division de San José, al mando del Coronel Rafael Rodríguez,

que se hallaba de vanguardia del ejército, quien despues que

se informó de la venida de Castro, cuya noticia trasmitió en el

acto al General Aparicio, orde nó á Burgueño que retrocediera

hasta un arroyito inmediato una legua , á fin d e que estuviera

en observacion

y

practicara la descubierta del enemigo en las

primeras horas de la mañana.

En las primeras horas de la mañana, una mañana atrozmente

fria y con una cerrazon inmensa, en que no se veia ni á cuatro

pasos de distancia, pasaron Burgueño, Rodriguez, el Capitan

Juan Ignacio, el que esto escribe, un clarin y dos tiradores al

otro lado del arroyito, encontrándo e en seguida con la van–

guardia del enemig0 que estaba del otro lado por vadear el paso

en sentido contrario. V er la partida nacionalista y venirse sobre

ella fué obra de un segundo, arrollándola y atravesando el arro–

yo mezclados unos y otros sin d ar ti empo siquiera para formar la

pequeña fuerza revolucionaria que no alcanzaba

á

50 hombres,

que se pronunció en seguida e n completa derrota; sin embargo,

la persecucion se contuvo un momento de este lado del paso, de–

bido

á

haber hecho alto un ins tante y á la idea salvadora que

tuvo el Capitan Juan Ignacio de tomar el clarin y tocar varios

toques de circunstancias, lo que produjo resultado porque no

les era posible descubrir el número del grupo por la cerrazon.

Inmediatamente Burgueño se puso al galope sobre su gente

que huia hácia el arroyo, consiguiendo alcanzar á algunos, entre

ellos al hijo del Comandante Rodríguez que venia esperando á

su padre, y continuó así, siempre p erseguidos y bajo un fuego

nutrido de carabina

y

acosados por los tiros de

bola

que hacian

incesantemente los perseguidores .

A distancia de una media legua rueda el caballo del hijo de

Rodriguez que marchaba adelante, consiguiendo sin embargo

levantarle sobre el freno; pero su padre que no vió sinó el peli–

gro en que se hallaba su hijo, pidió

á

voces

á

sus compañeros

dar media vuelta para salvarlo, lo que así se hizo, teniendo la

fa–

talidad en ese instante de que le mataran el caballo y cayera él a