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pues de haber hostilizado sin tregua á los revolucionarios
desde que conspiraban, al último, no tuvo inconveniente en inter–
venir oficialmente en algunas de las t entativas de paz que se
celebraron durante la revolucion, reconociéndola á ésta de
hecho como beligerante.
Pero despues d_e obtener estos r.esultados, despues de largo
batallar y de tantas vidas é intereses perdidos, llegó un mo–
mento aciago para el partido invasor, que vió de improviso
eclipsarse su buena estrella, convirtiéndose en derrotas sus
continuados triunfos
y
haciéndole r etroceder todo lo que habia .
adelantado.
Las cosas tomaron entonces un g iro tal, que se creó una
situacion
sui generis,
pues ni la revolucion podia vencer al
gobierno ni el gobierno concluir con la revolucion. En vista
de esto fué, pues, que se gestionó
y
celebró el tratado de paz,
firmándose el pacto de Abril de 1872, en las puntas del rio Yí,
á los dos años pasados del dia de la invasion.
La paz ajustada, como puede verse en la cópia del pacto que
insertamos al final de esta obra, sometia la solucion de las
cuestiones que se debatian por ·las armas al fallo soberano de
la opinion, consultada por medio del sufragio.
¿Se cumplió este convenio? Absolutamente no.
¿Quién faltó al solemne compromiso contraido? El mismo
gobierno que pactó, prevaliéndose de la coaccion
y
de la fu erza.
En todo tiempo, sin embargo, el General Aparicio
y
sus co–
rrelig ionarios se mantuvieron fi eles al tratado que firmaron,
hasta que se produjo el derr:ocamiento del Presidente de la
República por el motin militar del 15 de Enero de 1875.
En esas circunstancias, se reune al General Aparicio en la
Florida, lugar de su r esidencia, todo el partido nacional, po–
niéndos e completamente
á
la disposicion del gobierno legal
y
ofreciéndole sostener su autoridad desconocida.
Nos duele tener que consignar la conocida respuesta del
Dr. Ellauri
á
tan noble ofrecimiento:
Prefiero que se pierda todo,
antes que deber mi reposicion en el mando al Partido Nacio–
nal.
En vista de esta negativa
y
de haberse ido para el estran–
gero el majistrado violentamente depuesto, desapareciendo con
él hasta la última sombra del poder legal, el General Aparicio
entró en arreglos con los militares sublevados
y
el nuevo go–
bierno que se nombró en Montevideo.