-
XVIII -
sin miedo, nunca desoyó la voz de la fraternidad y de la conci–
liacion, y estuvo siempre dispuesto á desarmarse en aras ele la
patria y holocausto al bien ele sus conciudadanos . Fué a í que
el ejército popular mas numeroso de nue tra guerra internas,
dirijido por el generoso caudillo, abatió su arma y convino en
someter la solucion de sus cuestiones al fallo soberano de la
opinion, consultado por medio del sufragio.
»
Si el pacto sagrado no fu é cumplido, culpa no fué del com–
batiente que va á cubrir la tierra, á cuyo calor r ealizó us haza–
ñas y sus sacrificios.
Un hecho subsigui ente ba tará para
demostrarlo. Cuando las tropas militares en que el Gobierno
constitucional de 1874 había depositado la mayor parte de su
confianza, se sublevaron contra el órden legal, y derrocaron u
autoridad, las mirada
del país se dirijian á la histórica villa d e
la Florida, donde se agrupaban instintivamente nues tros hom–
bres de armas y nuestros conciudadano de la campaña. ¿Quién
los congregaba allí? Era el viejo caudillo de la r evolucion y de
la paz, que tenia la intuicion y sentía la responsabilidad de su
obra, que aun debía complementar.
»
No era el General Aparicio un ambicioso vulgar de mando
y de fortuna; ni buscaba para sí, honores y grandeza . Creyó
que solo le cumplía usar de su influencia, y de su pre tigio para
ponerlos á disposicion del Gobierno constitucional, haciéndole
comprender que el país estaba dispuesto á sostener su autoridad
y á hacerla triunfar. Así lo hizo, y sábese bien de qué manera
respondió el Presidente de la época á la an io a espectativa del
país.
»
No penetraremos ni juzgaremos aquí la
intenciones del
primer magistrado entonces. A medida que el tiempo e inter–
pone entre aquellos sucesos, que las pasiones se debilitan y
e
calman, y que la razon ensancha su imperio, se comprenden
mas y mejor el deber de la tolerancia que ha de manife tar e
sobre todo por el r espeto de las opinione , y á vec s, de las
debilidades ajenas.
»
Solo queremos hacer con tar que,
n aqu lla hora
ol mn ,
el General Aparicio cumplió noblemente
u deber, ofreciendo
sus servicios al Pre id ente con titucional, derrocado por la
sedicion militar.
Cuando el presidente r echazó e e ofr .
cimiento y
se dirijió al estranj ero,
el General Apari
i
pactó con los militares sublevados
y
convertido
á
u vez
n
Gobierno.
¿Hizo bien, ó hizo mal;-erró en el finó s
equivo ó
•