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que me mortifica. Despues de haber leido repetidas veces el artículo que

El

S iglo

me consagra, me he preguntado con dolor, si es posible que sea un

adversario pol\tico el que vierte ideas que tanto se armonizan con las mias y

que, si yo no podria espresar tambien, no por eso

las profeso con menos

valor.

>

En efecto, yo pienso como

El S iglo,

que las

causas

de la guerra actual

están en el falseamiento de las leyes y de los principios, en la prepotencia de

la victoria convertida en régimen de gobiern o, en la opresion y la persecucion

del partido vencido, por el partido vencedor.

»

Yo pienso igualmente con

El S iglo

que las

luchas armadas se suceden

(y aquí está la esplicacion de la lucha actual), porque de partido á partido se

violan sin pudor todas las

leye~

y

todos los principios que garanten á los

ciudadanos, no ya sus derechos políticos, sino su dignidad personal, su hogar,

su quietud y hasta sus intereses.

»

H allándonos tan perfectamente de acuerdo en esos principios fundamenta–

les, me cuesta creer que tenga que dirigir mis tiros al R edactor de

El S iglo,

en vez de estrecharle la mano de amigo ó de correligionario.

• A punto ha estado de confundirme esa singular contradiccion, pero no he

tardado en hallarle una esplicacion que, si bien no es satisfactoria, no por eso

deja de ser esplicacion.

»

La verdad es que no siempre los que sostienen con

tanto brillo la causa

general de los principios, son

los que la sirven con mas ardor y consecuencia.

• El R edactor de

El S iglo,

me desafia á que le pruebe cuando ¡ha contri–

buido ese diario á rebajar el carácter de los partidos 01ientales, á fomen tar las_

persecuciones y los ódios, á estimular la prepotencia personal, etc. Si se tra–

tase simplemente de errores individuales y privados, no recogeríamos el guante;

pero

como.se

trata de juzgar de la índole de los partidos, en los cuales

El S iglo,

ha jugado

siempre un rol muy activo, tenemos que aceptar la discusion en

este terreno.

• No queremos herir, sino ra zonar;

dejemos á un lado lo que es recrimi–

nacion. R enunciamos á adoptar nin gun epíteto injurioso, porque eso nos des–

viaría de nuestro camino.

El S iglo

ha sido

el

representante mas apasionado que hayan

tenido los

partidos personales que se han estado disputando el ejercicio de la vida pú·

blica en nuestro pais-sí bien es cierto que

El Siglo

se ha presentado á la van–

guardia en la propaganda de las ideas

liberales, no es menos cierto que ha

levantado como testimonio de su fé política, la bandera

roja, que para noso–

tros no es sino el trapo ensangrentado de una discordia criminal. E sto es tan

evidente, que

El Sig lo

se presenta todavía con ese lema, y nos combate á

nombre de los odiosas tradiciones de un pasado remoto, no pudiendo afirmar–

se en el terreno que pisa, porque ese terreno se hunde bajo sus pies.

>

El S iglo

sostiene, sin embargo , que ha trabajado constantemen te •por enno–

blecer y dignificar á los partidos, haciéndoles girar en

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esfera de las insti tu–

ciones y de las leyes del país, subordinándolos

á

los principios mas austeros

de moral y de probidad política, y encaminándolos hácia el ideal republicano,

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