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III -
proponemos hacer, sacdficando nuestras convicciones persona–
les para anteponer á ellas la verdad histórica que deseamos ver
refl ejada en todas las páginas de este relato.
Despues de la homérica cruzada de los Treinta y Tres y de los
esfu erzos titánicos del bravo caudillo de los orientales D. José G.
Artigas, que preparó el terreno y arrojó la simiente que en 1825
nos habia de dar frutos benditos de indep endencia y libertad, la
r evolucion de 1870 ha·sido sin duda la mas popular y grandiosa
que registran los anales de nuestra corta pero agitada vida polí–
tica.
Al apreciar:de este modo la r evolucion iniciada por el Partido
Nacional bajo el mando militar del general D. Timoteo Apari–
cio, no se vaya á suponer qu e pretendamos amenguar la impor–
tancia de las revoluciones posteriores que se han producido en
los años de 1875 y 1886, encabezadas r espectivamente por los
generales D. Angel Muniz y D. José M. Arredondo.
·Lejos de nosotros está esa id ea; consideramos esas revolucio–
nes como movimientos eminentemente populares y patrióticos,
pero sin embargo, jamás llegaron á tener ni podríamos atribuir–
les en justicia la importancia que tuvo la revolucion que' vamos á
historiar, ni los sacrificios heróicos, ni la abnegacion, ni la uni–
dad de propósitos, que constituyen los rasgos característicos de
la lucha civil de 1870.
Creemos mas: que dificilmente podrá haber otra: revolucion
ig ual, no obstante el valor probado de nuestros compatriotas y
su constanci a en el sacrificio; aquella época, aunque cercana, pa-
ó para no volver; parece que los h echos realizados hubiesen sido
por otros hombres, como eran otras las costumbres, y juzgarla
como una época legendaria los mismos que hemos actuado en ella
pen ando que será con iderada, como un ,cuento patriótico, casi
mitológico, por las generaciones venideras.
Y no e cr ea que estas palabras son hijas de la exageracion.
Léase con detencion la crónica que empezamos desde el si–
guien te capítulo, pero léase sin apasionamiento de ninguna es–
p cie, con la razon clara y serena de un pensamiento justiciero,
con idéren e los hechos para analizarl os con alto y sano criterio
nadie, lo afirmamos, dejará de llegar con nosotros á es ta conclu–
ion: que par ece impo ible que un in ignificante grupo de hom–
bre , ca i in armas ni r ecur o alguno,
in mas proteccion ni am–
paro que la Providencia, tu iera la o adía de invadir una nacion
para luchar contra un gobierno fue rte
y
podero o,
y
que se sos-