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LORD NIACAULAY.
de lo puritanos cuando éstos se vieron dueños 'del
poder. Sin embargo, la conducta de los puritanos era
en cierto modo excusable: eran sus enemigos decla–
rados; tenían ofensas que vengar,
y
á pesar de esto,
cuando reorg·anizabf).n la con titución eclesiástica del
país, separando á cuantos no fue en partidarios del
Covenant,
no se
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habían mostrado completamente des–
tituídos de compasióp. Al menos habían dejado
á
cuantos privaban de sus beneficios eclesiásticos lo
suficiente para atenderá la subsistencia. Pero el odio
que inspiraba al Rey aquena Iglesia que Je había sal–
vado del destierro
y
Je había colocado en el trono, no
era fácil de satisfacer. Nada que no fuese la ruina
completa de sus víctimas podía contentarle. No bas–
taba que fueran expulsados de sus !Íog·ares y despo–
jados de sus haciendas. Se les cerraba con perversa
intención las puertas de todos las profesiones donde
horribres de su clase hubieran podido ganarse el sus–
tento, no dejándoles otro recur o que el degradante
y
precario de implorar la caridad pública.
Así, pues, el clero anglicano
y
aquella parte de los
laicos más íntimamente unida al epi copado protes–
tante, miraba ahora al Rey con aquel sentimiento
que naturalmente in pira la injusticia agTavada por
la ingratitud.
in embargo, aun tenían los partida–
rios de la Iglesia anglicana que vencer muchos es–
crúpulos de conciencia y honor para llegará opo-
•
nerse al Gobierno con la fuerza. Habíaseles ense–
ñado que la ley divina ordenaba la obediencia pasiva
sin restricción ni excepción. Habían, hecho ostentoso
alarde de profesar tal doctrina; habían tratado con
desprecio
á
los que les decían que podía llegar un caso
extremo que justificase al pueblo al desnudar ia es–
pada contra la.tiranía real. Por sus principios y por su
dignid~d
debía, pues, abstenerse de imitar el ejem-