246
LORD MACAULAY.
vaneció toda duda. Dícese que ul leerlo el Rey, la san–
gre huyó de sus mejillas y por algún tiempo quedó
sin habla (1). Y en verdad, motivo suficiente habia
para asustarse. El primer viento que soplase de Le–
vante traería una armada hostil
á
la costa de su Rei–
no. Toda Europa,
á
excepcióu de una sola potencia,
esperaba impacientemente las nuevas de su caída.
Precisamente era aquella la misma nación cuya asis–
tencia, en un momento de lornra, había él rechazado.
Y
lo que aun era peor, había pagado con insultos
la
amistosa intervención que hubiera podido salvarle.
Los ejércitos franceses, que
á
no haber sido por su con–
ducta loca servirían
á
mante11er en el temor
á
los Es–
tados Generales, estaban sitiando
á
Philipsburgo,
ó
dando guarnición en Metz. lJentro de pocos días, ten–
dría que pelear, en territorio inglés, por su corona, y
por los derechos de su hijo.
XXXIV.
SUS RECURSOS MILITARES DE MAR Y TIERRA.
Grandes eran , al parecer, los medios de defensa que
aun le quedaban. La armada estaba mucho mejor que
en la época de su advenimiento, y esta mejora debe
atribuirse, en parte,
á
sus propios esfuerzos. No había
nombrado ningún lord gran Almirante, ni consejo
del Almirantazg·o, antes se había reservado la princi–
pal dirección de los asuntos marítimos, en cuya em–
presa le había ayudado en gran manera Pepys. Dice
el proverbio que el ojo del amo engorda el caballo, y
{l)
Eacbard,
Historia de la Revolución,
t.
11,
2,