REVOLUCIÓN DE l NGLATERRA.
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monta. Un tiro ó la daga de un asesino pot.lían en un
momento dejar sin jefe lá ex.pedición . Era preciso te–
ner un sucesor pronto á ocupar la vacante. No era po–
s iOl e elegir ningún ing lés,
sin
que se ofendiesen los
·whigs ó los toríes; y por otra parte ning·ún ingles de
aquella época había dado muestras, basta entonces, de
poseer la ciencia militar que requiere la dirección de
una campaña. Además no era fácil asig·nar puesto
superior á un extra11jero, sin lastimar la susceptibili–
dad nacional de los altivos isleños. Había un hombre,
y solo uno en toda Europa, á cuyo nombramiento no
se haría ninguna objeción,
y
era éste el alemán Fe- .
derico, Conde de Scbomberg· , descendiente de una
nobl e casa del Palatinado. Mirábasele generalmente
como el primer maestro de su tiempo en el arte de la
guerra. Su rectitud y piedad, que habían sabido ven–
cer las más fuertes tentaciones y á las que nunca ha–
bía faltado, le valían el res peto y confianza de toctos.
Alllque era protestante babia estado durante muchos
años al servicio. de Luis XIV; y á pesar de los malos
oficios d_e los Jesuitas, merced
á
una serie de grandes
batallas, había alcanzado U.e su amo el bastón de ma–
riscal de Francia. Cuando empezó la persecución de
los hugonotes, el bravo veterano se negó con firmeza
á
comprat' el favor real con la apostasía, y sin mur–
murar una palabra resignó todos sus bonores y man–
uos, abandonó·para siempre su patria adoptiva y se ·
refugió en la corte de Berlín. Tenía ya más de se–
tenta años, pero s_u espíritu y su cuerpo se bailaban
todavía en pleno vigor. Había estado en Inglaterra,
donde babia sido muy querido
y
honrado. Es verdad
que tenía una condición de.que muy pocos extranje–
ros podían entonces envanecerse , pues hablaba nues–
tra lengua,
nó
sólo lo bastante para hacerse entender,
sino con gracia y pureza. Fué nombrado, previo el