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LORD 11'.lACAULAY.
si negaban su ayuda
á
los que intentaban destruir ·la
Iglesia cuyos ministros eran, se verian inmediata-
mente reduciuos
á
la miseria .
·
Aconsejaba la prudencia hacer la primera prueba
en algún individuo oscuro y sin importancia. Pero
el Gobierno se hallaba dominado de tal soberbia y
fatuidad, que en época más atrasada hubieran pare–
cido efecto de sortilegios y hechicerías. Y así fué que
declaró
á
un tiempo la guerra
á
las dos corporaciones
más venerandas del reino. Las universidades de Ox–
ford y Cambridg·e.
Grande babia sido por espacio de muchos siglos eI
poder de aquellas instituciones, pero nunca habla
llegado
á
tan gran altura como en la última parte del
siglo xv1r.
1
inguna de las naciones vecinas podía en–
orgullecerse de tan espléndidas
y
opulentas sedes del
saber. Las escuelas de Edimburgo y Glasgow, de Ley–
den
y
Utrecht, de Lovaiua y Leipzig". ele Padua y Bo–
lonia parecían humildes á escolares que hahian sido
educados en las magníficas fundaciones de Wykeham
y
Wolsey, de Enrique VI
y
Enrique VIII. La literatura
y la ciencia, según el sistema académico de Inglate–
rra, estaban revestidas de gran pompa, armadas con
el poder de la magistratura
y
en estrecha alianza
con las más augustas instituciones -del Estado. El
pue to de canciller de una universidad era distinción
anhelada por los magnates del reino. Representar
una universidad en el Parlamento era objeto favorito
de la ambición do los estadistas. Nobles
y
hasta prín–
cipes tenían
á
honra recibir de una universidad el
privilegio de vestir la toga escarlata, di tintivo del
doctorado. 'l'enían las universidades para los curiosos
el atractivo de edificios antiguos donde desplegaba
todas sus galas el arte de Ja Edad Media; de construc–
ciones modernas, donde Jones
y
Wren habían prodi-
,
.