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REVOLUC'JÓN DE INGLATERRA.

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tamientos. En rigor, no se hallaba el ejército regu–

lar sujeto á tantas restricciones como la milicia, por–

que ésta había sido establecida en virtud de una ley

del Parlamento, la cual disponía que se pudieran cas–

tigar lig·eramente las fal.tas de disciplina.

Durante el reinado de Carlos U no resulta que se

hayan sentido mucho los inconvenientes producidos

por tal estado de la ley, lo cual tal vez puede expli–

C!trSe teniendo en cuenta q.u e hasta el último año de

su reinado el ejército inglés consistía principalmente

e n tropas sostenidas por él, cuyo sueldo era tan cre–

e ido que la expulsión del servicio hubiera sido para

la mayor parte de los soldados una gran calamidad.

Con el sueldo de un guardia de Corps podía vivir un

segundón de un caball ero, y aun el sueldo de los

guardias de á pie era tau crecido como el de los in–

dustriales en la estación más próspera, hallándose por

tanto en una situación que la gran mayoría de lapo–

blación trabajadora debía mirar con envidia . La

vuelta de la guarnición de Tánger y la organización

de nuevos regimientos había hecho cambiar gran–

demente el estado de las cosas. Muchos millares de

soldados de los que

á

la sazón había en Inglaterra

recibían sólo ocho peniques al día. El temor de ser li–

cenciado:.:i no era bastante

á

mantenerlos en el cum–

plimiento de su deber, y por otra parte, no podían sus

jefes legalmente imponerles castigos corporales. Ja–

cobo se encontraba, pues, en la única alternativa de

permitir que su ejército se disolviese ó inducir

á

los

jueces

á

interpretar la ley

d ~

una manera contraria

a

lo que sabía el último legista recién salido del

Temple.

Importaba especialmente asegurarse la cooperación

de dos tribunales; el del Banco del Rey, que era el

primer tribunal criminal del reino, y el tribunal de