REVOLUCIÓJ'i DE I Gf,ATERRA.
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De conformidad con la antigua Constitución del
reino
por recientes
y
solemnes acuerdos de las dos
Cámaras del Parlamento, era el Rey jefe único de
fuerzas 'tau con iderables. Los lores lugartenientes
y
sus diputados ejercían entonces sus mandos bajo
las órden s del Monarca
y
señalaban las épocas ea
que debían reunirse las milicias para su inspección
y
ej rcicios, cosas ambas en las cuales no debían de in-
ertir más de catorce días al año. Las infracciones de
la disciplina se castigaban por los jueces de paz, au–
torizados al efecto, con penas leves. Pero si los gastos
ordinarios de este ejército no corrían
á
cargo de la
Corona, cuando las milicia
se movilizaban para la
guerra, ocurría el Estado á su mantenimiento,
y
las
sometía entonces á todo el rigor de la ordenanza mi–
litar.
Tenían estas milicias sus enemigos
y
sus detracto–
res. Lo que habían viajado por el continente
y
ma–
ravilládose de la mecánica exactitud con que se mo–
vían
y
daban el
«q1tién viveu
los centinelas de las
plazas fu rtes construidas por Vaubán; que habían
visto los ej ércitos poderosos que cubrían todos los ca–
mino d
lemania para de alojar
á
lo turcos de las
puertas de Viena,
y
que se deslumbraron con la mag–
nificencia
y
el brillo de las tropas de Luis XIV, se
burlaban de la torpeza con que se movían los la··
briegos del Devonshire
y
del Yorkshire al hacer evo–
luciones
y
de la rusticidad de su porte, no nada
marcial, cuando se presentaban armados de picas
y
mo quetes;
y
por tal modo, mientras los enemigos
de las libertades
y
de la religión de Inglaterra mi–
raban con repugnancia
y
basta con odio una fuerza
que no podía emplearse sin gran peligro contra la
libertad
y
la religión,
y
no dejaban pasar ninguna
oportunidad de poner en ridículo la campestre sol-