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REVOLUCIÓN DE INGLATERRA .

315

ban su ardiente adhesión

á

la Ig lesia anglicana; y la

segunda recordaba al Rey el cumplimiento de las le–

yes penales contra todos los que no formaban parte

de aquella Ig lesia

(1).

Los

whigs

hubieran deseado indudablemente que hu–

biese tolerancia para los protestantes disidentes, y

que sólo se persig uiese á los católicos . Pero los

1vliigs

eran una pequeña y desalentada minoría. Guardá–

banse, por tanto, en cuanto era posible, de h acerse

notar; no pronunciaban su nombre de partido; se abs–

t enían de emitir sus peculiares opin iones ante un au–

ditorio hostil , y apoyaban con todas sus fuerzas toda

proposición que t endiese á destruir la armonía que

aun reinaba entre el Parl amento y la Cor te.

Grande fué la cólera del Monarca cuando se tuvo

noticia en Whiteball de la conducta seguida por la

Cámara en la cuestión relig iosa. i en j usticia pode–

mos censurarle por su enoj o con los

to?·íes.

Si estaban

dispuest os

á

exigir el rig uroso cumplimiento de las

ley es pen ales, claro es que debían de haber apoy ado

el

hill

de exclusión . Pues colocar un papista en el

trono y en seguida insistir en que persig uiese de

muerte á los maestros de aquell a

fe,

en la cual sola–

mente, según sus principios, podía hallarse la salva–

ción, era r ealmente monstruoso: Al m itigar con una

blanda administración la severidad de las sang rien–

tas leyes de Isabel, el Rey no violaba ning ún princi–

pio constitucional. ro hacia más que ej ercer un po–

der que siempre había pertenecido á la Corona . Y lo

que aun es más, sólo bacía lo que después fué practi–

cado por una sucesión de soberanos, celosos todos de

la doctrina de la reforma, por Guillermo, por Ana y

por los príncipes de Brunswick. Si hubiera consen-

(1)

J o,.rnau,

mayo

26,

2i.

Sir

J .

Reresby•s,

Memoif>s.