250
LORD MACAULAY.
Si cualqui er otro Principe reinante que no fuera
Luis XIV se hubiera visto envuelto en tal con tienda
con el Vaticano, hubiera tenido de su parte
á
los Go–
biernos protestantes; pero el temor y el resentimiento·
que
á
todos inspiraban la insolente ambición del Rey
de Francia eran tales, que todo aquel que varonil–
mente resistiese
á
su poder podía contar con la pú–
blica simpatía; y hasta los luteranos
y
calvinistas,
que iempre habían detestado
á
los Papas, no podían
refrenar su deseo de verle ahora triunfar contra un
tirano que aspiraba
á
la monarquía universal. No de
otro modo en el presente siglo muchos que m iraban
á Pío VII como el Antecristo, veíanle con placer resis–
tir y hacer frente al gigantesco poder de Napoleón.
El resentimiento que tenía Inocencio contra Fran–
cia le hacía considerar los a untos de Inglaterra de
una manera blanda y liberal. No cabe dudar cuánto
le hubiera regocijado la vuelta del pueblo inglés
á
la
fe
católica; pero era él demasiado discreto para creer
que una nación tan altiva y pertinaz pudiese volver
á
la Iglesia de Roma por el ejercicio violento y anti–
constitucional de la regia autoridad.
1
0
era difícil
prever que si Jacobo intentaba ayudar al progreso de
su religión por medios ilegales é impopulares, la ten–
tativa hubiera sido vana, pues el odio con que los he–
réticos isleños miraban la verdadera fe haríase más
fuerte que nunca, y verían siempre asociadas de in–
disoluble modo la libertad civil y Ja religión protes–
tante, el catolicismo y la tiranía. Haríase al mismo
tiempo el Rey objeto de aversión y de recelo para su
pueblo; Inglaterra continuaría siendo, como en tiem–
po de Jacobo I, Carlos I
y
Carlos U, potencia de ter–
cera clase; mientras que Francia, sin que nadie se le
opusiese, llevaría su dominación al otro lado de los
Alpes y del Rhin. Por otra parte, era probable que si