REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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ciertamente una feliz circunstancia para la Iglesia
protestante que en el momento en que subía al trono
de Inglaterra el último Rey católico, se hallase la
Iglesia atormentada por intestinas luchas y amena–
zada de un nuevo cisma. Habíase promovido entre el
Rey de Francia y el Papa una querella, semejante
á
la que en el siglo
XI
había divido á los Emperadores
de Alemania y
á
los Pontífices . Luis XIV, celoso hasta
el fanatismo por las doctrinas de la Igl esia de Roma,
pero intransigente P,n todo aquello que
á
su regia
.autoridad se refería, acusaba al Papa de entrometerse
en los derechos seculares de la Corona de Francia;
mientras que el Pontífice, á su vez, le acusaba de en–
tronizarse en lo que sólo dependía del poder espiri–
tual, privilegio de la Santa Sede. El Rey, que era al–
tivo y resuelto, se encontraba con un espíritu varonil
.aun más determinado y resuelto que el suyo; pues
Inocencio, que en sus relaciones privadas era el hom–
bre de más blando y suave carácter, cuando hablaba
oficialmente desde Ja Cátedra de San Pedro usaba el
tono de Gregorio VII y de Sixto V. Hízose seria la
disputa, y mientras los agentes del Rey eran exco–
mulgados, los partidarios del Papa eran enviados al
destierro. El Rey nombró Obispos
á
los campeones de
su autoridad, y como el Papa les negase la sacra ins–
titución se posesionaron de los palacios y de las ren–
tas episcopales, pero no pudieron ejercer las sagradas
funciones de su ministerio; á pesar de lo cual, en el
curso de la lucha hubo en Fmncia hasta treinta prn·
lados que no podían confirmar ni ordenar (1).
(1) A pocos lectores ingleses podría interesar el conocer minu–
·ciosamente la hi¡toria de esta Contienda. Puede verse en resume11
en la
Vida de Bossust,
del cardenal Bausset,
y
en el
Siglo ds
Lui1 XIV,
de Voltaire.