ayudarlo. Gran conocedor de la región, supuso que las autoras del robo no podían ser
otras que las zorras. Convino con el caro pesino que si le conseguía las correas
ro~
badas le daría en premio tres sacos de ce bada.
Comió el burro medio saco de ceba da y así con la barriga llena, bamboleante
se fué hacia la madriguera de las zorras. Frente a la guarida, se tendió en el suelo
panza arriba, lanzó tristes gemidos y se quedó luego tieso como muerto. Las zorras
es~
peraron largo rato atisbando, mas como el burro no se movía, salieron alegremente de
sus escondites. Dando por muerto al burro, entre todas comenzaron a jalarlo hacia
la cueva, mas como la presa pesaba, saca ron las reatas robadas. Ataron las correas
al cuello, al rabo, a las patas del burro, quien se dejó hacer pacientemente y cuando
calculó que t_odas las reatas estaban con él dió un gran salto y a coces despanzurró
a varias zorras y al resto las dejó en muy mal estado, y sin esperar más se fu é
galo~
pando hasta encontrar al campesino a qui en entregó sus doce reatas. El labriego dió
al burro el resto de la cebada prometida.
A lo lejos, en lo hondo de la quebrada se sentía llorar a las zorras.