El anas no contestó nada. Movió su cola coposa y ¡chisl saltó un aroma
pe~
netrante que hizo huir lejos a la bruja.
H uían , huían los niños. Tras ellos de nuevo seguía la bruja tirándoles pie–
dras. Así llegaron a una llan ura.
La bruja les daba ya alcance. cuando en medio del
campo divisaron a un cordero que pacía tranquilamente, con una soga al cuello.
-Cordero, corderito, dijo la niña. mira que la bruja ya nos alcanza, no dejes
que nos llegue a tocar.
El cordero tomó la cuerda que tenía atada al cuello y la lanzó al aire y por allí
subieron los niños. Las nubes como buche de ave les acariciaban las mejillas.
La bruja llegó a l sitio y a l ver la soga colgando del cielo y los niños en lo al–
to, comenzó a subir. El viento le arremolinaba los faldellines, descubriendo sus pier–
nas fl acas. Ya muy arriba apareció entre la bruja y los niños un pericote prendido
de la cuerda.
- ¿Qué haces allí pericotito? preguntó la malvada.
-Estoy comiendo un pedazo de cemita morena que me dió mi madre.
En realidad el pericote roía la soga . De pronto la cuerda se rompió y desde lo
a lto se vino abajo la bruja.
-Pampallampan, pampa llampan, gritaba la vieja mientras caía. ¡Pampallampan!
y cayó despanzurrada en medio del llano.
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Arriba seguían subiendo los niños a l país de las nubes. La soga se mecía en
el cielo como un inmenso tallo.