bio que se realizaba a lo largo de la costa, se explica, especialmente, la in–
troducción de la técn ica metalúrgica peruana eu Méj,ico (4, 276-276; 5,
79-So).
Nada más natmal, pues, que suponer que estos navegantes se hayan aven–
~urado
voluntariamente hacia el oeste, o que los Polinesios, que habían rea–
.li2ado el prodigio de descubrir la isla dePascua, hayan conducido sus flotas
hasta América. En efecto, la"tradición o la leyenda, como quieran llamarla,
nos habla de
la
llegada de extranjeros a las costas americanas y del conoci–
miento que Jos americanos tenían de ciertas tierras
l~janas,
perdidas en la
inmensidad del Pacífico.
En
el
Perú y en el Ecuador, los indígenas conservaban el recuerdo de una
piedra,
(t
manera de nwcl<t
d~
barbao,
servía de ancla. El que dirigía la embarcación se scn–
tabn sohrc la cxlrcm.idad de la ,·iga ccnlral
y
los remeros, porquo estas embarcaciq,n¡;s se
movían a vela
y
a remo) se distribuían en número igual a cada bordo. Algunas
podían
lransporlar f;ícilmcn le cincuenta pa::wjeros
y
hasla lreinla toneladas; navegaban perfecta-
Fig.
1. -
Balsa de la cQsta ccualQr·iuna
y
del nQrtc del Pcrrí, según Ben:wni
(10,
rG3)
menlc en alta mar. La
ba{sa
se
u~aba
por
el
sud hasla Payta
(101,
I, r3;
108,
tg6-1g7;
3,
109;
12.1,
!166;
77, nG; 00,
lV,
r 2 r , 222;
!¡5,
g3-g[¡;
;2G,
I.V,
22 1 ;
10,
16J.
verso-164 reclo).
Bcmoni, el precursor de la etnografía <J.mericaua, ha publicado un;.t. lámina de nol<.lhlc
precisión, que reprodulco aquí (fig.
1),
que representa una de c¡;.as cmbarcacio.ocs
(10,
160 ver¡;.o).