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pi.

XXXlll,

fig.

1)

('); masas de madera, idénticas a las masas del Mar del

Sur, se han

enc~ntrado

en el Perú y entre los Tlinkit

(69; 82);

en una an–

tigua sepultura de la costa de Atacama

(81,

Il, pi.

Xf,

fig.

2),

se ha ex–

humado una nH\scara, que podría suponerse proveniente de Nueva Irlanda.

Estos hallazgos, sobre cuya autenticidad me he creído en el deber de

emitir alguna duda

(103,

I63), pueden explicarse por la llegada acciden–

tal de Oceánicos ·a América. Podría decirse otro tanto del descubrimiento,

citado por

el

pad re Simon

(1 11,

l,

21 ),

en una excavación cerca del Callao,

en el Perú, de una embarcación de forma inusitada.

Pero, la introducción de palabras nuevas, no puede explicarse del mismo

modo. Pues, supone la existencia de relaciones mits íntimas, sino regu–

lares.

Si muchos de los etnólogos y geógrafos moclarnos han retrocedido hasta

ahora ante esta idea, creo se debe a quenos hemos habituado a considerar el

Pacifico, por lo menos al este de la isla de Pascua, como un océano desier–

to, y, de un modo más general , a pensar que los viajes por mar no han po–

dido real izarse hasta una época relativamente moderna. A roi parecer, es

este un grande error. Mis recientes estudios sobre el mundo oceánico

(104)

me han llevado a la convicción de que el hombre ha sido navegante desde .

un principio y, en verdad, la razón es muy simple. La embarcaci6n más

primiti va, la balsa más simple, le procuraban un poderoso medio de trans–

porte, cu yo ec¡uivalente en tierra no debía encontrar sino mucho más larde,

puesto .que hoy día sabemos, gracias a los hermosos trabajos del coman–

dante Lefebvre des Noettes,' que la utilización racional de La fuerza motrir.

animal es un invento casi moderno (71 ).

Por lo que respecta a la costa occidental de la América del sud , sabemos

que era asiento de un jnLenso tráfico comercia[ mariLimo.

La arqtieología

y

la historia nos dan pruebas múltiples de ello

(120, [¡6-[¡¡,

257-26g, 273-

:17[¡). Para este tráfico se utilizaban embarcaciones llamadas " balsas" por

los Españoles('). Justamente, como consecuencia de este activo iutercam-

(')

lmbclloni ha

SC1lalado olros cjcmylos

y

emite

la

ingeniosa

hipólesis

de que los obje–

tos llamados ((clavas ccfalomorfas

>J,

descubiertos en Chile

y

en las regiones adyacentes de

la Hcpública Argcnlina

(!16,

464, fig.

2;

80,

363, fig. ro3;

70;

2,

26,

Iig.

1;

73,

r55,

fig.

!1,

t58,

pi.

lX,

no /¡;

100,

¡o-g 1,

pi.

1-Vl), dcri,·an de esos

meré

(64).

(!)

La

balsa

era una embarcación J1ccha con "igas de madera muy liviana

(Ocltroma

pi:;–

caloria).

El número de estas· vigas era tmpar; comunmente había cinco

y

a \'eces siete,

nueve o mús. Estaban fijas sobre otras dos ,·igas trans,·crsalcs,

y

su largo iba disminuyendo

del centro hacia los costados de la. embarcación, dibujando algo así como una proa, mien–

tras que del lado de Jlopa, terminaban todas eu un mismo nivel, de manera c¡ue el con–

junto tenia la forma de una mano extendida, según la expre!:liva comparación de Jos anti–

guos escritotcs. Un segundo piso, un poco leqnlado, se construía sobre el primero, de

modo que los pasajeros ) las mercaderías se encontraban al abrigo del agua. Todas las

uniones

esl<~han

hechas por medio de bejucos llcxibles o de cuerdas de agave; los mástileo;

y

las antenas de madera fina; las Yclas de <tlgodón

y

los

cord<~.ges

de fibra::; de agaYC. Una gran