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tes héroes en descanso. Son los ''Apus" del

tiempo mítico, los antiguos señores del

Ande que señorean el' paisaje con el modo

grandioso de los guerr·eros legendarios.

¿Cuántos pasaron por la hoya inmarce–

sible? Tan largo es el tiempo histórico, tan

corta la memoria humana, que apenas se

alcanza a designar a los más próximos; hue–

llas de razas, trasuntos de naciones: atlan–

tes, lemures, antis, mayas, kollas, aimáras,

quéchuas, españoles, altop·eruanos, bolivia–

nos. Unos fuertes, prolongados; creyeron

nunca terminar. Otros fugaces, transitorios;

ahítos de acción y de duranza. Más atrás

los que perdieron nombre y renombre, por–

que la peripecia telúrica borró la huella del

poblador. Y más hondo todavía la estela

de los Dioses y los Héroes, que la cuenca

paceña también los tiene como probanza de

ancestral genealogía. Illimani, Mururata,

Chacaltaya, Huayna-Potosí: dioses mayo–

res. Los semidioses: Chokeyapu, Orkojahui–

ra. Varones y varonas de la cosmogonía,

como Chiar-Hake, el Hombre Negro que

yergue su pináculo disforme sobre la colo–

rada serranía de Calacoto; o Achachi-Kala,

la piedra abuela, que rodó del granítico ne–

vado para dar vida al mito del hombr·e que

surge de la roca.

Se mira el hoyo vertiginoso, transforma–

do en valle seductor por la mano del hom–

bre, y se piensa:

¿La Paz? El nombre apenas cubre cuatro

siglos de tradición católica.

Se mira la cavidad bravía, en una depre–

sión de la meseta, y se recuerda:

¿Chukiapu? El sacro Señor de Oro y el

Lancero Indomable, pertenecen sólo al cielo

aimára.

Se mira el cuenco augusto: esta revolu–

ción telúrica, esta desolación titánica, esta

inconcebible organización de la materia...

Y absorta en la contemplación

qe

tamaña

grandeza, bajo el influjo del monte

y

del

abismo, el alma evoca

d

origen mítico de

la hoya secular:

Cuando Wira, el constructor, edificaba

la morada andina, Kjuno, el destructor, iba

detrás de los pasos del dios, destrozando lo

creado.

Erigió Wira una ciudad de piedra, y

Kjuno la sepultó con sus ejércitos de hielo.

Hizo otra que también fué destruida. Una

t;ercera, una cuarta, una quinta, corrieron

igual suerte. Entonces Wira, el dios de la

fuerza, invocó a Nina, el incendiario; y el

fuego hinchó la tierra; y un inmenso anillo

de volcanes protegió a Wira en su tarea

creadora.

Kjuno, el que disuelve el mundo, teme–

roso de las llamas, pidió amparo al Huayra,

el padre viento, para luchar contra las hues–

tes ígneas.

Wira alzaba las ciudades megalíticas.

pero apenas abandonaba una región para

trasladarse a otra, el Huayra cargaba furio–

sament,e contra los volcanes y apagaba su

erupción. Luego venía Kjuno, los cubría

con lápidas de hielo y tornaba a destruir

ciudades.

Lucharon largamente: Wira, el que cons–

truye; y Kjuno, el que deshace. Y las ciu–

dades del tiempo lítico brotaban y desapa–

recían entre fuegos y huracanes.

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Entonces Wira, el que edifica, para sus–

traer su obra a la acción destructora de

Kjuno, asentó el talón violentamente en el

rudo altiplano, y al hoyo inmenso que se

formó por el golpe divino, dijo estas pala–

bras:

-Morada eterna serás: la que renace de

sí misma. Protegida del viento y de los

hielos.

Y cuando Kjuno llegó con sus guerreros

níveos y los lanzó a la hoya, los vió pere–

cer a millar·es, porque la hoya tibia, acoge–

dora, disolvió la nieve convirtiéndola en

mansos arroyuelos. Y también las huestes

del Huayra fueron vencidas, porque los fi–

los de las rocas desgarraron sus aéreas ves–

tiduras.

Y

des.de

entonces Kjuno se r·efugió en la

cordillera. Y las legiones del Huayra ace-