hombre está pues acechado, acosado
y
sos–
tenido al mismo tiempo por un medio cir–
cundante grandioso e irregular, dinámico
y fecundo, qu·e acicatea fuertemente su po–
der de lucha
y
su facultad de organización.
Si es verdad que los montes imponentes
abruman en cierto modo al poblador, tam-
La Bajada a Yungas desde la Cumbre.
bién el poblador se fortalece bajo la rígida
y amorosa tutela de los montes.
A la fórmula noncentista y artificial,
que dice: "en ninguna parte se siente menos
la dulzura de vivir", respondamos con en–
tera verdad: en parte alguna se siente con
mayor nobleza el goce responsable de la
vida, que en el Ande ·es hijo del esfuerzo
permanente, de la
inteligente adaptación
entre hombr.e y suelo.
Veamos al poblador.
Alma de mil _pliegues y repliegues, acci–
dentada como su medio circundante, el
"kolla" es incomprensible al primer con–
tacto. Callado, emp1·endedor, solitario; pro–
penso a la hurañía. A veces, reconcentrado
en sus ideas, esquiva el saludo, se
pas~
de
largo rumbo a impenetrables fines. Pero esa
soledad de montaña suele estallar con plu–
tónica energía; entonces el andino comuni-
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ca fuerza, es hondamente solidario con el
drama humano. Cargado de electricidad co–
mo su hoya, el paceño sabe cuándo y cómo
movilizará las energías retenidas. Porque
es
Íue~o,
el antiguo fuego cordillerano, el
que cucula por sus venas. En constante
lucha con la naturaleza, organizando·y mo-
Vista de Huayna-Potosí y el Valle de Zongo tomada
desde un. avión del L.A.B., rumbo a Tipuani.
dificando su morada, escalando cerros, sor–
teando quiebras; atajando las tierras que s·e
desmoronan, enjaulando el río que socava
la hoyada, el "kolla" quiere ser y hacer
muchas cosas simultáneamente; de aquí su
aparente volubilidad, su mudanza de ánimo
y de objeto, que es ansia de huída y re–
beldía frente al escenario trastornante. Por
influjo del aire seco, enrarecido, cargado
de electricidad, el paceño tiene los ner–
vios muy aguzados, siempr·e alertas, re–
activos, pero sabe controlar ese exceso de
tensión. Sus humores prontos
y
mudables,
_delatan una mansedumbre aparente y una
fiereza eserrcial. Anguloso, brusco,
irre–
quieto como su suelo, es también impasible
y enigmático. Sabe obrar, sabe esperar. Fin–
ge indiferencia para clavar mejor su zarpa.
Al desorden telúrico corresponde la tem–
pestad organizada del morador. ¿Cómo ex-