tañas. Por eso el oóndor, siervo y v·encedor
de las alturas, es el ave totémica del ances·
tro, y su vuelo trasunta la grandeza espa–
cial, el ansia de inmensidad, la magia mis·–
teriosa de estos mares aér·eos que
co~mue
ven el ámbito andino.
Lo grave del vacío, alterna con lo agudo
del contorno. Paceño es pues la criatura
montañesa es igualmente'vario y desconcer"
tante, porque descansa en suelo inestable,
movedizo~
donde acciones e inhibiciones sor–
prenden .por su inesperado dramatismo.
Se ha dicho que el espíritu racial tiene
el modo claustral del indio: error de pers–
pectiva. ' Tampoco acierta el que carga al
blanco la enérgica dinamia creadora de este
Alred('dores de La Paz.
de la armonía cósmica. Un subir y un caer
que se resuelv·en en el confuso torbellino
de las formas.
ESTILO KOLLA
Si el medio físico es un caos organizado
a su manera, el poblador es un enigma. So–
ciólogos y pensadores fracasan en la inter–
pretación del alma andina. Lo que r-evela
después de ahincado estudio el proceso geo–
lógico, sugiere sólo por sostenida frecuen–
tación la psicología racial. Y si el paisaje
de La Paz es el más profuso, ·el más rico
en formas de erosión, porque presenta una
gama infinita de accidentes y contrastes to–
pográficos, el paisaje interior del alma
pueblo. Ni aun el cholo, con ser el mayor
factor étnico, puede alegar supremacía. Pa–
ceño es una aptitud de espíritu, no una he–
rencia de sangre. Y el gran mestizo que
puebla el cuenco eterno -puede ser, indis–
tintamente, blanco, cholo o puramente in–
dio- ·es biológica y psicológicamente un
montañés, con todas las prominencias y de–
pre_:5iones de las razas de altura. El que na–
ció entre estas soberbias montañas, el que
plantó su tienda bajo el cielo d.e La Paz,
el que al pasar absorbe la rudeza y la gran–
deza del hoyo inmemorial, es ya un paceño
de actitud y sentimiento. Pero como confi-
. nar a
l~
denominación local la fuerza plas–
madora de La Paz, s·ería acortar la influen–
cia definitoria del telurismo paceño en el
51