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las lentas catedrales de la sombra más so–

lemnes. El anfiteatro paceño evoca las

grandes síntesis humanas. Al norte taludes

como ejércitos que llegan, la crestería y el

arco romano del Pampjasi. Al sur la India

con sus farellones multiformes. Al este la

armonía helénica del Gran Nevero. Al oeste

la línea horizontal, pesada, inmutable del

altiplano: Egipto. Tintas y celajes del cielo

que evocan la manera finísima de los pin–

tores chinos. Desgarramientos de la tierra,

cruel cuchillería, illíadas del vértice y del

vértigo de filos incontables: Medioevo.

Y

una dinámica de la materia dond·e cada

lí–

nea quiere ser por sí misma: Renacimiento.

Esto es bello, esto es grande. De una be–

lleza agresiva, de una epifánica grand·eza.

Y

desigual, acometivo, desconcertante. To–

do proclama fieramente su genealogía, su

fuerte dinamismo actuante. Todo sube, to–

do cae, todo se mueve y precipita en el

oleaje cósmico.

¿Pero qué es lo que confiere señera se–

ducción a la más alta capital del mundo?

Es

el juego contrapuesto de dos genios do–

minantes: el vacío y la montaña.

El Gran Nevero conforma y señorea la

hoya con mayestático rigor. Es el genio vi–

sible y poderoso. Habla por sí mismo, no

requiere explicación. Todo se ordena y se

refiere en torno al macizo armonioso que

preside un conclave de montes y de cum–

.bres. lllimani: el Resplandecient·e, el que

toca las cosas y las enciende en su hechizo

luminoso. lllimani: la musa telúrica que

En los alrededores de La Paz.

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acuna el sueño de la hoya. lllimani: el

monte sacro, dictador inmarcesible del pai–

saJe.

Pero el numen recóndito del telurismo

andino es el vacío circundante. Es el océano

'

.

aéreo que :nos rodea, la sensación espacial,

el hambre de inmensidad y lejanía. Fuerza

persistente, indefinible, que brota del pro–

pio recintQ geográfico y a su inmenso poder

de atracción nos devuelve; que hostiga Y

torna taciturno al paceño, porque lo pe–

netra de su magia y pesadumbre. Quien sin–

tió la trágica hermosura del espacio agora–

fóbico, siempre en fiero combate con la

tierra, ha de relacionarlo todo a su gran–

deza y poderío.

Ande es la cordillera nevada, el tumulto

montuoso, la meseta horizontal, la. variedad

agrietada y desgarrada del suelo. Pero dan–

do unidad implícita, sentido final a los

contrastes del paisaje, Ande es en último

término el vacío grandioso abierto entre

cielo y tierra. Lo que cierran dos abismos:

el abismo azul dd aire y el pardo abismo

del suelo. El espacio abierto en La Paz está

sujeto entre la cavidad y las montañas. Se

siente al Genio del Aire respirar entr·e al–

tísimas rocas: jadea. Mas si el espacio está

como amurallado entre casquetes, y en–

vuelve ·en el vértigo de su propia revolución

aérea a las cosas, el hombre es a un tiempo

mismo el prisionero y el señor del espacio.

Nadie tuvo cárcel más extraña. Nadie do–

minio más espléndido. El paceño ·es hijo del

aire y de los montes. La sugestión de los

vacíos andinos se da difícilmente dentro

de la hoya; hay que trepar a la montaña,

situarse a mitad de camino entre el ci·elo

que sube con ancha majestad y la tierra

que baja vertiginosamente, para advertir

cómo las cosas cambian de dimensión y de

figu:ra. Entre la cúpula aérea y

·ei

hueco pro–

fundísimo, se abre una cavidad aterradora.

Desde el monte escarpado se mira el cielo

más vasto, la tierra más

hon.da

, la cordillera

más enhiesta. Sólo así, suspendido entre

cielo y tierra, se siente el pavor de la oque–

dad paceña: el vacío en una corona de mon-