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plicar esos grandes movimientos humanos

de Julio, el mes de los "kollas", que sacude

y transforma el historial patrio? Es el zar–

pazo de la tierra que el montañés lleva es–

condido dentro y que una vez en marcha

nada podrá detener. Porque "kolla"

·~S

una

energía latente que sólo requiere estímulos

concretos para manifestarse. Por eso un

buen conductor hará muy grandes cosas con

este pueblo fuerte que sólo pide ser acica–

teado a grandes fines.

La energía montañesa gravita en el ca–

rácter nacional. Su pasión creadora baja

de la meseta y se adentra por valles y lla–

nuras. Pero el estilo "kolla"', que es uno

de voluntariedad y dinamismo, no aparece

simple, sino compuesto como el paisaje

geográfico. Un fondo inalterable, invisible,

como las rocas ígneas de los primeros ple–

gamientos andinos. Luego anchas capas de

aislamiento y persev·erancia.

Y

una zona

superior, convulsa, hirviente, que lo mismo

lleva al estallido o a la soberbia indife–

rencia. Pocos sospechan la violencia conte–

nida, la tenacidad silenciosa, la fría d·eci–

sión operante, el sostenido espíritu de em–

presa y sacrificio que alberga el montañés.

Dicen que las tierras altas y áridas, des–

peñan el alma. Equívoco d·ecir. Las tierras

altas y áridas mantienen viva:Ja fe en el

humano destino, despiertan, espolean a la

acción con energía de huracán. "Kolla"

es pues

rapto huracanado, voluntad en

trance de combat·e y creación, aunque se re–

quiera muchas horas,

largo sufrimiento,

soledades y concentraciones increíbles para

que esa voluntad se exprese. No hay tal

espíritu claustral en la raza, porque el

claustro no interviene en el mundo exterior.

El estilo "kolla" es, precisamente, lo con–

trario: el que sale del claustro físico para

dominar y organizar el cosmos social. Y

todo aquel que se satura del aire vitalizador

y estimulante de la hoya perilustre, adquie–

re el impulso de expansión, el ímpetu sin–

tético, el ansia de riesgo y de combate que

los paceños toman de su medio circundan-

te. Por eso decimos que el carácter nacional

está templado en la fiereza "kolla".

MITO

La orografía misteriosa, imponente, sub–

yugadora, imprime al morador su majestad

y pesadumbre. Tiene el paceño lentos reco–

gimientos de mont·e. Pero henchido de la

tremenda movilidad del paisaje, lo absorbe

míticamente y entonces nacen esos mitos

y leyendas "kollas" que hablan de un ge–

nio racial atormentado como la atormenta–

da cordil1era. ¡Oh cuenco inverosímil de La

Paz! Y como su terruño singular, donde la

materia se encrespa y se revuelve en fan–

tasmales agonías, el montañés bascula

entre un sentido directo de lo real y una

irrefr·enable fantasía. Barroca, convulsa,

certera, revolucionaria, inventora y des–

componedora de sus modos expresivos, el

alma "kolla" es una palingenesia inmemo–

I·ial.

54

Bastión y núcleo irradiante de la raza,

La Paz es el r·educto andino por excelencia.

El

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11 " L

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k

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pnmer

ay u .

a

pa arma

ances-

tral creadora de los dioses y de las nacio–

nes. Aquí se cobijó cien veces el aimára

amenazado de invasión. De aquí partieron

las diásporas guerreras para s·eñorear las

tierras bajas del continente. "Waka" -

cosa sagrada- dice el indio y ·saluda re–

verente desde el filo del monte al hoyo ta–

citurno. "Waka", la que engendra, contie–

ne y se devora Estados. La poza maternal

donde el dolor se hace energía

y:

el júbilo

sosiego. Arca de tradición.

Cris~l

de pue–

blos. Cuenco palingenésico,

el

que renace

de sus ruinas, superando el concepto del

estado-guarida por la misión del estado–

solar, el que irradia, articula y da sentido

a todo

el

territorio.

No obstante el nombre cristianísimo y

simbólico, La Paz ha sido siempre la patria

natural de los varones libres. Sus vientos

blasonan rebeldía. Sus rocas eternas, osa–

das, que traseienden poderío, semejan fuer-