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en las que vendían las melcochas y los

ancucos;

mesas de

ancla,

cadenillas de pa–

pel de calor que cruzaban de acera a

acera; profusión ·de faroles chinescos de

toda forma en puertas y ventanas; mú–

sica de los pianitos, los cohetes y fuegos

artificiales y la algazara del pueblo que

s~

reunía allí para divertirse, reproducían

cuadros y escenas que se ve muchas veces

en el barrio de Lavapiés o en la Bombilla

madrileña. Ésta fué la calle más típicamen–

te española de La Paz.

Otro aspecto y muy distinto tenían las

calles que iban de la' calle de

Chaqueri

a la

antigua calle de la carretera, llamada

Cha–

pi-calle

(calle de los espinos) y de la Ro–

dríguez a la Tumusla ( Illampu) llamadas

de

Chocata,

de

Chojña

Cruz, de

Coscocha–

ca,

siempre transitadas por una abigarrada

muchedumbre indígena, que deambulaba

entre los puestos de venta instalados sobre

la misma vía pública.

Allí fermentaban y siguen fermentando

los movimientos sociales y políticos que in–

quietaron la vida colonial y la de 'la Re–

púb_lica.

De un recodo de la calle Linares, a una

pared ;sobre ·el río Apumalla, frente al

puente de Coscochaca (Calle Jiménez) se

denominaba antiguamente calles

Capacana–

bi

y

Guaña-pila

(fuente seca).

De la garita de San Pedro a ' la calle Sa–

gárnaga (calle Murillo), call-es de

Loro–

queri

o de la Tercera Orden. Loroqueri

quiere decir, en aymara "Brasero del lo–

ro". De la calle de la Tercera Orden han

salido muchas leyendas de espantos, de rui–

dos de cad·enas que se arrastraban sobre el

pavimento a altas horas de la noche. Esa

casa de ejercicios espirituales fué fundada

en 1830 por el canónigo Francisco Garci

Gutiérrez y Escobar. Allí se recluían mu–

chos caballeros en la semana para hacer

penitencia y ejercicios espirituales. Se re–

fiere que cuando, a la hora de la oración,

se apagaban las luces, comenzaba una terri–

ble flagelación recíproca entre los peniten–

tes, de la que han quedado leyendas espeluz-

nantes. Los ejerciciOs terminaban con la

lectura del Kempis y las Meditaciones de

Ignacio de Loyola. En la Tercera Orden se

realizaron las labores legislativas d·e 1831

y 1835. De su capilla salía la procesión

del Señor del Perdón, patrono de la ciudad.

La calle del

Tambo de carbón

o Alta de

Murillo, que va a la quebrada de Chaqueri

(Rodríguez y Corocoro) fué siempr·e uno de

los barrios concurridos por los arrieros y

comerciantes indígenas dueños de tropas

de llamas y de recuas de mulas. Hoy lo es

de los camioneros que llevan y traen mer–

cancías y productos de las haciendas de la

puna, de las vegas de Yungas y de los valles

próximos a la ciudad. Es uno de los barrios

más populosos de La Paz y dá la impresión

de un hormiguero humano.

Hemos llegado a la calle Alta de Mu–

rillo y a los famosos barrios de Chocata y

la calle Linares, célebre por las calles de

la Locería, atalayas de la ciudad, desde cu–

yas alturas se combatió en las revoluciones

contra muchos Presidentes, pues de allí se

dispara con gran eficacia, por ser punto

dominante del Palacio y de la policía que

se hallan al otro lado del valle. Se llamó

antiguamente

Carahuichinca

(cola pelada) .

Ocurrieron en él muchos episodios intere–

santes durante las revoluciones. De allí sa–

lió también una vieja leyenda. Refieren

que en una de esas destartaladas casonas

fué as-esinada por su esposo una bella cos–

turera llamada Mercedes

Ocho~.

Dedicado

aquél a los trabajos mineros, dejaba la ciu–

dad con mucha frecuencia. Al regresar de

una de esas expediciones, su hijo muy pe–

queño aún, le informó que un fraile moles–

taba todas las noches a su madre, penetran–

do en la babitación en la que permanecía

hasta el día siguiente. No quiso saber más el

hombre, y asesinó a su esposa; pero av·eri–

guadas las cosas, el audaz intruso resultó

ser uno de esos insectos llamados "frailes",

que penetran a las habitaciones en las no–

ches, a dar vueltas a la luz de las velas. El

mmero lo supo cuando la bella Mercedes

Ochoa, querida y respetada en el barrio,

T. 11.

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