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y

se durmió soñando con la dama

a

la que

había seguido aquella noche.

Al siguiente día abrió el baúl

y

vió. con

gran sorpresa, que en lugar de la v·erónira

había un "denegrido terliz de sucia franja

plateada, salpicada de una infinidad de

manchas de sebo". La verónica era el ter–

liz que se usaba para cubrir los cadáveres

en el catafalco del templo de San Juan de

Dios. Fué tal su impresión,

que

al poro

tiempo se hizo fraile del convento de los

Franciscanos, donde terminó sus día.;;, fa–

lleciendo

a

los noventa

y

nueve años de

edad. Cuando fué asesinado

el

presidente

José Agustín Morales, el espíritu del man·

datario, dicen las leyendas. se le presentó

en el conv·ento a pedirle que le celebrara

una solemne misa de requiem, porque "en

ese momento acababan de asesinarlo".

Pero terminemos la relación de los nom–

bres de las antiguas calles de La Paz.

De la calle Yungas a la Coroico, se llamó

la calle de las Tejerías. Del río

Clzoqueri,

hasta el choro de Santa Bárbara, por la

actual calle Bueno, calle de Lemus, de la

Chokha o del Ratón. La Chokha era una

chola que tenía un horno donde se hacían

las mejores empanadas (

llauchitas).

Allí

acudían las gentes de la mejor sociedad,

en las madrugadas, después de las fiestas.

Entre la calle Mercado y Castro, dando

la vuelta por los extramuros, hallábase la

calle de la Riv.erilla.

Las encrucijadas principales de

la

ciu–

dad se llamaban

charos;

de Santa Bárbara,

Paucarpata, Huilquipata, Mejahuira, Chu–

rubamba, Coscochaca y Chocata.

Los barrios más notables entre los anti–

guos eran: Santa Bárbara, Jichu-cato, La–

gua-cato, el Carmen, San Martín, Carean–

tía, Caja del Agua, Santo Domingo, Las

Concebidas, Churubamba, calle Ancha y

Coscochaca, Uthurunco, San Francisco,

Chocata, Capacanavi, Larca-pata, Loroque–

ri, Carahuichinca, Munaypata, Apumalla,

Cañarcalle, Los Molinos, Condehuyo, San

Pedro y la Alameda, La Catedral, San

Agustín, San Juan de Dios, la Riverilla, la

Merced.

!.OS \ 'lEJOS B.\RRIOS ARISTOCR.\TICOS

La industria de la rora en las provincias

yungueñas. para la que se trajeron negros

de África que podían soportar el clima ar–

diente. y el establerimit>nto de los lavade–

ros de oro de Chuqniaguillo, Zongo, Ma–

piri

y

otras regiones próximas. así como el

comercio de granos. quina, ají y frutas con

otras provincias del departamento, habían

conseguido animar la vida de nuestra po·

blarión, y dar

a

sus habitantes cierta hol–

gura, ya que ron unos pocos pesos de ocho

reales, las familias podían disponer de las

producciones de zonas diversas y llevar

una vida casi regalada.

Tan grata era la vida en La Paz, que

Jw~ta

se estaLlecieron -en ella algunas fa–

milias nobles, cuyos escudos fueron graba–

dos en los portales de sus residencias. Cier–

tas calles tomaron

el

nombre de los señores

de ra:-:aca bordada y zapatos con ht>billa

que llegaron allí, como la calle de San

Martín, que era la última cuadra de la

actual calle Colón, próxima al cerro de

Quilliquilli. Era don Fernando de San Mar–

tín un noble limeño que compró por dos

mil pesos la vara de Corregidor del Cabil–

do, para estaLlecerse en La Paz, de cuyo

claro sol quiso disfrutar despuPs de haber

sufrido los largos nublados de la ciudad de

los Virreyes. Otras familias nobles se es–

tablecieron también en La Paz, como los

Marqueses de Villaverde, cuya residencia

se hallaba en la esquina de la calle de San–

to

Domingo y de las Concebidas (hoy In–

gavi y Jenaro Sanjinés), frente a la severa

casona del obispo La Santa situada en la

otra esquina, que luego fué el Seminario

y hoy el edificio de la escuela México. Más

arriba, donde se halla el actual colegio de

los Jesuítas, estaba el palacio del Mariscal

Andrés Santa Cruz, con su gran comedor

de famoso artesonado que después lo con–

virtieron en capilla.

Este

palacio, que, más

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