nuestro pasado, y si hay algo que merezca
un monumento en las calles de las ciudades,
son las calles mismas.
PRIMEROS DíAS, PRIMERAS CALLES
Situada la ciudad entre el Cuzco y Potosí
y
a no muy larga distancia de las aguas del
plantas
y
semillas de frutas y hortalizas pa–
ra extender sus cultivos en las tierras que
habían asignado a los encomenderos.
Las calles avanzaban, entretanto, como
serpientes por los pedregales llenos de ar–
bustos silvestres. Paniagua mandó marcar–
las con cercos de espinos y pequeñas ace–
quias por donde corría el agua del riego.
La antigua Alameda de La Paz.
Pacífico por el valle del Tacora, no obs–
tante las grandes distancias que había que
recorrer, sin caminos ni medios de movili–
dad ·en dicha época, los pocos habitantes de
La Paz veían regularmente bajar por los
ásperos senderos de El Alto, las tropas de
llamas que transportaban la plata que traían
de Potosí para seguirla a la capital de los
Virreyes y de allí a la metrópoli española;
o las recuas de acémilas que traían anual–
mente todo lo que había transportado la
flota del mar del sud
y
que no podían en–
contrar los peninsulares en América : telas,
armas, objetos de hierro, herramientas, va–
jillas, alguno que otro libro y, sobre todo,
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Las calles cortaban los chacarismos don–
de cultivaban los productos indígenas: qui- '
nua, ocas, papas, formando verdes campos
matizados con los bellos colores de las flo–
res silvestres, como las sagradas cantutas,
las hediondillas, los saúcos. Era una risueña
pradera ésta del valle del Choqueyapu, en
la que formaron sus chacarillas los enco–
menderos llegando sus cultivos hasta los
campos de los contornos.
La ciudad se extendió luego por la calle
Churubamba
y la calle de los
Molinos
que
llegaba al molino que se estableció en Cha–
llapampa. Luego se trazó la calle de
Vega
Posta
o de San Sebastián, la más larga de