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LAS CALLES

DE LA

PAZ

por

ALFREDO SANJINÉS G.

(Los párrafos siguientes han sido extractados fragmentaJiamente

del libro

"Las calles de La Paz"

:r

sólo corresponden a

la

vieja

ciudad paceña.)

SU VALOR EVOCATIVO

1

J

AS

famosas y empinadas calle de la

ciudad de Nuestra Señora de La Paz,

fueron para su pueblo el. camino del

calvario y de la gloria. En ellas se "de–

gradó" nada menos que a la Virgen María

por haber ayudado a los patriotas ameri–

canos. Se libraron las primeras y últimas

luchas por la independencia del Continente.

Se arrastraron los cadáveres de mártires y

dictadores, y en ellas, tiñéndolas con su san–

gre, conquistó la fama de ser "cuna de la

libertad y tumba de tiranos". Dios ha que–

rido premiarlas, haci·endo que contemplen

eternamente' el nevado Illimani, la más bella

montaña del mundo.

No debió suponer nunca el alarife, Juan

Gutiérrez Paniagua en 1549, dos años des–

pués de la fundación de la ciudád, la trágica

trayectoria que tendrían, al correr de los

tiempos, las angostas y tortuosas calles que

estaba trazando en la planicie de

Churu–

pampa,

del valle del

Choque-yapu,

por man–

dato 'del teniente de Corregidor de la ciudad

don Juan Y.endriel, ni prever tampoco la

grandeza que alcanzaría esta urbe en el fu–

turo.

Provisionalmente se establecieron los

conquistad.eFes.,...en

Chuquiago marca, ·

bus–

cando otro valle más vasto para fundar la

ciudad; pero el clima templado en los días

de octubr·e, el agua cristalina que corría

por los riachuelos, regando las praderas

verdes de aquel valle lleno de pequeñas co–

linas y promontorios que han desaparecido

después lentamente al aplanarse los cam–

pos para trazar las calles, y luego sentirse

al abrigo de los páramos de los Andes, con

buenas tierras para labrar, con el paisaje

maravilloso de las montañas cubiertas de

nieve, y, sobre todo, con el abundante oro

que encontraron, no sólo en las arenas de

los ríos, sino en las calles mismas que es–

taban trazando, les hizo cambiar su pro–

pósito de fundar la ciudad en otro sitio. Y

se quedaron, por siempre, en ésta que ha

sido consagrada por dos veces ciudad de

La Paz, de Nuestra Señora de La Paz, y de

la paz de Ayacucho.

El trazado de las primeras calles

y

pla–

zuelas, se hizo junto al caserón del cacique

Quirquincha,

u~o

de los

gr~ndes

seíj.ores

eolias, donde se alojaran los españoles. Ahí

estaban Alonso de Mendoza y sus cuarenta

y un camaradas, entre ellos don Juan de

Rivas y su esposa doña Lucrecia Sansoles,

la primera dama española, de saya y man-

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