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nía fuertemente incisiva al referirse a nues–

tros males colectivos.

Habla Melgarejo,

fir–

mado por "Thajmara", es un libro inolvi–

dable y siempre actual.

TEJADA SORZANO, CARLOS

(1884 -1936)

J

ngeniero de extraordinaria capacidad

técnica. Obtuvo su título en Chile, y casi

inmediatamente fué contratado para diri–

gir la construcción del ferrocarril de San

J uan a Mendoza, en la Argentina. En 1910

se le hizo venir a Bolivia, donde desempeñó

importantes cargos relacionados con su pro–

fesión. Fué inspector de las obras del fe–

rrocarril Arica-La Paz; hizo construir el

ramal a Corocoro; estudió y dirigió, con

admirable acierto, el ferrocarril La Paz-Be–

ni en su tramo más difícil: el único realiza–

do y puesto en explotación. Asimismo, inter–

vino en los trabajos del ferrocarril de Po-

tosí a Sucre y del de Atocha a Villazón.

Cuando, tras una de tantas revolu.ciones,

fué obligado a expatriarse, actuó en la cons–

trucción del ferrocarril Embarcación-Yacui–

ba. Posteriormente, de nuevo en Bolivia,

continuó prestando importantes servicios a

la nación. Gozaba de prestigio en muchos

países, habiéndosele designado socio de nu–

merosas instituciones científicas y Presiden–

te Vitalicio del Comité Boliviano d-el Con–

greso Sudamericano de ·Ferrocarriles.

TITO YUPANQUI, FRANCISCO

E

1

imaginero de la Virgen de Copacaba–

na. Una figura cautivante la de este hom-

bre que, sin más recursos ni fuerzas que su

f.e pudo esculpir el dulce rostro que él ha–

bía soñado. Era hijo del lago de los Incas:

nació en Copacabana, descendiente de no-

bies familias. Puestas sus manos y su alma

en camino de satisfacer la delicada ambi–

ción, todo fué fracaso al comienzo; sacer–

dotes y creyentes s·e burlaron de las toscas

esculturas labradas por Francisco. Pero éste

sabía que al soplo de la fe se mueven las

montañas. Se fué, peregrino esperanzado,

hasta Potosí, a aprender el oficio, nada

más que para cumplir el único deseo de su

vida. Y su odisea se prolongó todavía. Na–

die podía suponer que de toscas manos de

indio saliera una escultura digna de ser

divinizada. Y salió, sin embargo, aunque

para ello hubiese habido que emplear años

de paciencia, de oraciones y ayunos. Pero

cuando la santa efigie, concluída y bende–

_cida en La Paz, era llevada a Copacabana,

fué detenida en Tiquina. Los indios se ne–

garon a recibirla, no por carencia de fe,

sino porque dudaban de que la inspiración

hubiera visitado la cabeza y los dedos del

rústico 'escultor. Empero la dulce María

tenía ya su trono. Fué conducida allá por

los propios recalcitrantes. Y, por fin, don

Francisco vió cumplida su promesa. Aquel

día se sintió más dichoso que si lo volvie–

ran a sentar en el trono de sus abuelos.

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