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cuerda también su humanitaria al par que

valient·e participación durante la revolución

del 15 de enero de 1871: en instantes en

que combates furiosos se muitiplicaban en

las calles de La Paz, ella atravesó

seren~;

mente la ciudad en pos de heridos a quie–

nes atender. Entre sus obras publicadas,

se destacan:

Ensayo sobre la educación de

l!L mujer boliviana, Necrología de Modesta

Sanjinés Uriarte, Ensayos liter;arios, Plega–

ria a la Virgen de Copacabana

y

Sonetos.

PALACIOS RODRíGUEZ, LUIS A.

(1906- 1935)

Actuó desde el primero hasta el último

día de la guerra, en el Chaco. Si esto fuera

todo, nada habría de extraordinario en ello.

Muchos hicieron lo propio. Pero el caso

ti·ene su lado de veras patético. En los pre–

cisos instantes en que, por todo el territorio

de Bolivia, repicaban las campanas de la

paz, Palacios, en uno de los últimos com–

bates, rendía el tributo de su vida. ¿Para

qué vamos a decir en cuántas acciones im–

portantes participó? En todas. Fué, además,

condecorado ·en pleno campo de combate.

Su misma muerte tiene algo de extraordi–

nario. Los paraguayos lo recogieron herido

y se lo llevaron. Una patrulla boliviana fué

a rescatar a su oficial. Sangre y fuego entre

los dos grupos. Mientras tanto, el valiente

muchacho expiraba. Con su muerte ascen–

dió a capitán.

PAREDES, MAXIMILIANO

(-1900 )

Un soldado anónimo que se encumbró -

hasta la gloria. Hijo del pueblo: su símbolo

depurado. Desde la puna ·de La Paz, lo des–

colgaron hasta el trópico, y allí ofrendó su

vida en la foFma más sencilla imaginable:

íirme en el puesto del deber.

Riosinho

f~é

la piedra de su sacrificio, en el Acre, y fué

una victoria para Bolivia. Años más tarde,

el nombre de Paredes figuraba aún en las

listas d·e su compañía. En espíritu, no había

muerto aquel hombre. No monna jamás.

El 12 de diciembre de 1900, subió a cons-

telarse, como estrella de primera magm–

tud, en los cielos de la Patria.

PAZOS · KANKI SILVA, VICENTE

(1779 - 1845)

P

reciábase de su sangre indígena. Aun

en los instantes más gloriosos alcanzados

por su aguerrida pluma, sentíase indio y

endulzaba su boca con la lengua nativa.

Era abogado y doctor en Teología. Hizo sus

estudios en el Cuzco y Chuquisaca. En esta

última ciudad contrajo amistad con estu- -

diantes forasteros que, a poco correr del

tiempo, asumirían una celebridad históri–

ca: Mariano Moreno, Pedro José Agrelo y

_otros. Y su espíritu se nutrió de las doctri–

nas de Rousseau y Voltaire. En 1808 se

dirigió a las provincias argentinas, hallán–

dose en Buenos Aires cuando estalló la

revolución de Mayo. Al propio tiempo que

ejercía su profesión de abogado, entró en

relaciones con los intelectuales conductores

del estandarte revolucionario. Fué redactor

de

La

Gaceta,

el órgano de prensa que hizo

historia en la América, y fundó

El Censor.

Como hombre inquieto que era, no tardó

en levantar el campo. Se fué al Brasil, a

EE. UU., a Londres. Volvió en 1816

a Buenos Aires, , trayendo una impren–

ta donde pronto se imprimieron dos pe–

riódicos de tendencias opuestas:

La Cró–

nica Argentina,

de Pazos Kanki, que pro–

piciaba un gobierno republicano, y

El Ob–

servador Americano,

del escritor Manuel

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