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el

de jubonera; al quedar viuda se consa–

gró, con olvido de todo, a la causa de la

independencia patria. Primeramente fué la

mensajera y auxiliar de las matronas revo–

lucionarias de La Paz, sirviendo de nexo

entre éstas y los clubes secretos d·e patrio–

tas. Luego, la adquisidora de armas y mu–

niciones, la organizadora de las filas revo–

lucionarias entre la clase obrera y la ca–

pitana del pueblo alzado en el barrio de

Santa Bárbara, el día 16 d·e julio de 1809.

Días más tarde, desbaratada la revolución

buscó refugio en las quebradas de Río Aba–

jo. Pero volvió a presentarse apenas supo

que Castelli venía con el Ejército Auxiliar.

Igualmente, cuando llegaron las tropas cuz–

queñas de Pinelo. Pero esta vez fué captu–

rada, encarcelada

y

condenada al patíbulo.

Y, como era lo habitual entonces, antes de

la ejecución sería afrentada. En efecto, la

pasearon desnuda, con la cabeza pelada al

rape, montada en un asno, por las princi–

pal·es calles de la población. La azotaron

en las cuatro esquinas de la Plaza Mayor.

Y, por fin, amarrándola contra un poste la

fusilaron. Es fama que doña Simona fué

una auténtica belleza en su juventud.

MOLINA , FRANCISCO J .

(1863. 1925)

Ha dejado huella imperecedera como

compositor y profesor de música. Durante

muchos años, fué el músico d·e mayor pres–

tigio y el más querido de La Paz. El pueblo

canta todavía y seguirá cantando las tier–

nas melodías de

Al

porvenir

y otras piezas

de este autor definitivamente grabadas en

su alma. Y no sólo poseyó habilidad para

decir sus emociones a través del pentagra–

ma, sí que también supo hacer buenos ver–

sos para sus trozos musicales. Por ejemplo,

¿qué estrofa habría más vibrante, en labios

de la juventud, que ésta, que pertenece a

una de sus marchas militar·es?

Nuestros pechos juveniles

se retemplen cual acero,

y

a nuestro golpe fiero

retroceda el invasor.

Su admirable fecundidad musical y su

perfecto dominio del arte, le han permitido

producir un abundante repertorio de obras

de variado género, siempre con éxito sobre–

saliente. Faltaría espacio para la enume–

ración de ellas. Baste decir que allí hay

música religiosa, música de teatro, marchas

militares, canciones escolares y populares,

música de salón, aires nativos, en fin, de

todo. Pero lo indudabl·e es que Molina des–

tacó su personalidad artística en los him–

nos patrióticos, terreno en el cual posible–

mente no ha sido aventajado por

ning~n

compositor boliviano. Es que sus sentimien–

tos por la Patria, no eran derivados de un

simple culto teórico, sino de r·ealidades

vi~

vidas, pues Molina actuó en la guerra del

Pacífico formando parte del famoso bata–

llón "Amarillos", y apenas tenía cumpli–

dos 17 años de edad cuando se batiera en

el Alto de la Alianza.

MONJE ORTEGA Y MARTiNEZ, JUAN DE LA CRUZ

(1770 . 1836)

H ijo de La Paz y descendiente de nobles

españoles: de los duques de Estrada; tomó

la borla en la universidad de Chuquisaca.

Durante los años que precedieron a la re–

volución de Julio, ejercía las funciones d·e

regidor del cabildo paceño, situación que

supo aprovechar para servir a la causa de

la liberación, pues mantuvo contacto perma–

nente con los patriotas. Producida la revo–

lución, el pueblo lo designó miembro de la

inmortal J unta Tuitiva, haciéndose cargo

de los asuntos de gobierno y justicia. Y

cuando Goyeneche entró triunfante en La

Paz, Monje fué apresado y condenado a

destierro. Sus bienes le fueron confiscados

y su familia sufrió todo género de violen–

tas persecuciones. Más tarde, volvió al Al–

to Perú incorporándose en el ejército au–

xiliar argentino. Pero derrotado éste, su

ostracismo &e prolongó hasta la proclama–

ción de la independencia.

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