mente algún pleito ante la Real Audiencia
de Charcas, y ahí, frecuentó la sala de prac–
ticantes juristas de la Academia Carolina,
donde se obtenía el título de Abogado. Que
haya
~ado
examen de grado o no; que haya
hecho uso de malas artes, como perversa–
mente le imputa Basagoitia, o no, es una
cosa que quedaría por investigar; pero lo
La plaza del pueblo de ,Suri, cuna de Murillo, vista
desde el campanario.
real, lo evidente es que Murillo recibió su
título de Abogado y con él volvió a La Paz.
Su nombre figura en los registros de la
Universidad de San Francisco Xavier de
Chuquisaca, entre los egresados del año
1806.
Hacia el año 1798, se fundó ·en esta ciu–
dad una logia, de la que Murillo era uno de
sus principales miembros, con el objeto de
propagar el espiritu de insurrección contra
el dominio español. Cuando desaparecieron
d·e la escena, en forma misteriosa, Juan
Herrera y otros personajes, no se arredró,
y, con mayores bríos, continuó la labor re–
volucionaria, colaborado por Loayza, Lan–
davere y Esquive!. Ellos eran los que, con
habilidad e ingenio admirables y con gran
coraje, redactaban los
pasquines
que, al
amanecer de cada día, aparecían en las
calles de la ciudad: algo equivalente a dia–
rios, anunciando la revolución, los que te–
nían la virtud de hacer perder la paciencia
y la cabeza a las autoridades, que jamás
pudieron saber de dónde procedían. Gene–
ralmente los tales pasquines, como preám–
bulo tenían un formidable "M,uera el rey
• de España", áspero y viril lenguaje, con
que se retaba al poder omnipotente de eso
que por entonces era la gran potencia
mundial.
Gobernaba la ciudad, en 1805, don
An–
tonio Burgunyó y Juan, hombre de adema–
nes bruscos, con muy limitados conocimien–
tos para el mando y sin tacto alguno para
dominar la situación. Alarmado por el "ci–
nismo" con que el pueblo trabajaba por la
libertad, mandó apresar a los sospechosos,
entre los que se encontraban don Pedro
1
Domingo Murillo, Carlos Torres, apodado
"Siete J etas", Tomás Palma (el
kholo
To–
rnasito) y otros. En
el
proceso que se abrió,
Murillo declara complicando en su delito
al mismo gobernador Burgunyó, a don
Juan de la Cruz Monje, que le recibía la
declaración y a J uan Pedro lndaburu, que
lo custodiaba, delatándolos; cosa que no
está comprobada, al decir del doctor Ma–
nuel Carrasco. Murillo niega rotunda–
mente las imputaciones que le hace el Ase–
sor Juan de la Cruz Monje Ortega "con
argumentos hábilmente meditados". Monje
le pregunta la causa por la cual se ocultó,
y Murillo responde: "por evitar se lo des–
aire trayéndolo corno a delincuente por
media plaza" y "que se presentó voluntaria–
mente para evitar que lo calumnie".
"Nun–
ca ha tenido amistad con los demás sindica–
dos".
Preguntado cómo se explican sus au–
sencias de su casa todas las noches; res–
ponde: "Ésa debe ser cosa de duendes, pues
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