Table of Contents Table of Contents
Previous Page  157 / 554 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 157 / 554 Next Page
Page Background

Bautista Sagárnaga y, como él, los demás ·

conjurados. Termina la procesión y se dis–

persan los concurrentes.

Se acerca la hora señalada. Todos están

preparados. El obispo se ha dirigido a la ca–

sa de su amigo el Gobernador Dávila. En

el billar del "Challa" están reunidos gran

pa11e de los conjurados. Suena las siete de

cuartel. Los soldados quedan inmóviles

por la sorpresa y el estupor. El oficial

de guardia,. que se encontraba en el piso al–

to, baja precipitadamente al ruido del tu–

multo; se encuentra en la escalera con Gra–

neros, que, con un fuerte empellón, le hace

rodar como un muñeco.

Y comienza el repique de campanas, a

Uno de los primeros conciliábulos de los revolucionarios de Julio. A la derecha, doña Vicenta

Juaristi Eguino

y

doña Simona Josefa Manzaneda. (Altorrelieve del escultor paceño Urrías

Rodríguez).

la noche, y al toque de la última campanada

salen los revolucionarios, que marchan a

-corta distancia unos de otros. Graneros,

que está a la cabeza, comienza la provoca-

-c1on, plantándose delante del centine–

la y gritando ¡Viva Fernando Séptimo! "Es

un borracho", se dice ·el centinela y con–

tinúa su corto paseo delante de la puerta.

Empero Graneros insiste, levanta la voz y

amenaza con los puños al centinela, que le

ordena retirarse, golpeándole con la culata

del fusil. Bulliciosa protesta de Graneros y

ademán del centinela de preparar el arma.

En ese momento, Jiménez cae sobr·e el cen–

tinela y le suje!a fuertemente por los bra–

zos, mientras Graneros, Aparicio, Landaeta

y

otros patriotas invaden ruidosamente el

cuyos alegr·es sones la gente se arremolina

en la plaza. ¡Muera el mal gobierno! ¡Mue–

ran los traidores!, son los gritos que se oyen.

Disparos de fusil y arcabuces por doquier.

Murillo vigila celosamente el curso de la

jornada. El patriota Juan Cordero, entusias–

ta, se apodera del tricornio del comandante

de guardia y, airoso, sale al balcón del

cuartel. Otro patriota, armado de fusil, in–

curre en lamentable confusión y dirige un

disparo contra Cordero, que cae muerto al

instante.

Es un terrible alboroto en la plaza, llena

de revolucionarios y curiosos; pero hay

calma en la casa de Tadeo Dávila, en la

que se encuentra el Obispo. ' ' Algún bauti–

zo, dice el Obispo, y esa costumbre, que no

115