taba mantener la disciplina y la unidad de
sus tropas aun valiéndose de
recur~os
me–
ramente externos que ejercieran sugestión.
Desempeñando el comando de las masas
sublevadas, cambió su traje por el español,
con el aditamento de un espadín y un bas–
tón. Se cuenta que le servían a la mesa
treinta platos preparados por cocineros ne–
gros, que tenía a su servicio, y al son de
instrumentos musicales; que en el terriplo
provisional erigido en El Alto, frente al
altar había un sitial con dos sillones pro–
vistos de cojines, para él
y
su mujer; que
durante la misa se aplicaba a la oreja una
cajita de plata en señal de que estaba reci–
biendo revelaciones celestes; y que adoptó
la episcopal costumbre de dejarse besar la
mano y la de ser conducido, con Bartolina,
·en andas, a la usanza incásica. Pero detrás
de todos estos artificios latía un solo y el
más hondo de los sentimientos: el de hacer–
se justicia, y un solo propósito: el de dar
fin con la esclavitud de los indios.
Y para ello se trazó un programa senci–
llo, fundamental e irrevocable: exterminio
de los españoles, negación del catolicismo
y la vuelta al imperio incásico. Y como era
de esperar, en torno a
~l
se produjo un mo–
vimiento de nativos de vastas proporciones,
jamás visto ·en la historia americana. Pero
les faltaba casi todo: armas, preparación
bélica y hasta la organización más elemen–
tal, sobrándoles en cambio, el odio y las
pasiones vengadoras.
Tupac Catari, como primera providencia.
ordenó la proscripción de todos los españo–
les y resucitó ciertas costumbres de sus
antepasados, como la de las reuniones en
la cumbre de los cerros, no comer pan, no
beber agua de las fuentes públicas, etc.
Conocía muy bien la inquietud que rei–
naba en La Paz, con motivo del impuesto
del seis por ciento sobr·e toda mercadería,
internada en la ciudad, el cual además de
despertar protesta, dió lugar a la circula–
ción de pasquines de toda índole, que eran
verdaderas incitaciones a la rebelión.
La sublevación de las "víboras" como,
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preocupado, decía Segurola, aludiendo al
significado de la voz "catari", alcanzó en
extensión desde el Cuzco hasta Tucuman.
Sitio de La Paz.
Con 80.000 indios, Ca–
tari puso sitio a la ciudad de La Paz, pri–
vándole de toda comunicación con el exte–
rior, re.suelto a aniquilar:la por completo;
trazó una nueva ciudad en el Alto Potosí,
donde había establecido su campamento.
Allí tenía su iglesia, a pesar de haber pros–
crito, en un comienzo, la religión católica;
pero atraído, probablemente, por la sun–
tuosidad del culto y por lo aparatoso de los
ceremoniales y los ritos, tuvo a su servicio
dos capellanes: Isidro Escobar y Julián
Bustillos. En aquel sitio estaban su pala–
cio, su cabildo, la cárcel y levantadas in–
finidad de horcas con objeto de atemorizar
a sus adversarios; hasta hizo llevar las cam–
panas de la iglesia de San Pedro, para que
sus triunfos fuesen debidamente festejados.
Instituyó una especie de corte con cuatro
Oidores, cuyo distintivo era una banda cru–
zada al pecho. Bonifacio Chuquimamani,
ahora Manuel Clavija, era el Secretario
que firmaba y despachaba las comunica–
ciones. Los oidores tenían atribuciones es–
peciales: el primero estaba encargado de
la venta de coca; el segundo cuidaba de los
espolios de guerra; el tercero, a cargo de
la plata labrada, oro y alhajas y el cuarto,
del abastecimiento de víveres.
Empezó la lucha encarnizada, con armas
primitivas y al son de sus trompetas
-pu–
tutos-,
que tenían aterrorizada a la po–
blación.
Las tropas de españoles y mestizos que
guarnecían la ciudad, constaban de una
compañía de granaderos armada con lOO
fusiles, seis de infantería, dos de caballería
con lanzas, una compañía de 30 negros y
mulatos libres, una de costeños y otra de
voluntarios de artillería. La ciudad fué
fortificada; se almacenaron víveres y mu–
niciones y se tomaron todas las providen–
cias necesarias para la defensa.
Ell3 de marzo de 1781, el jefe de la de-