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-37-

ve soplido, exclamó

con cierta

austera alegría,

dirigiéndose al

lnka, después de reverenciarle:

-Hijo del' Sol: tu Padre a–

cepta la ofrenda

i viene alegre

a gozar la fiesta que tú le ofre-

ces.

Entonces las akl]as entona–

ron emocionadas el Himno del

Sol.

En ese istante

preciso, los

rayos del gran Luminar llegan–

do desde los·

cielos, penetraron

por las altas ventanas, e hirien–

do el oro bruñido

i las piedras

preciosas de la Imagen Sagrada,

produjeron un

reflejo intensísi–

mo, obligando a los nobles a ce–

rrar los ojos

en brusco deslum–

bramiento.

Aquellos

VIVO$

reflejos in–

cendiaron las planchas

de oro

que cubrían las paredes del tem–

plo, las cuales dejaban tan sólo

leves espacios

para los lienzos

donde las akllas

habían repre–

sentado, con toda

frescura, los

retratos de los lnkas i sus haza–

ñas. En esas planchas había es–

crito el buril, en dibujos hermo–

sos, la magna

epopeya de Ta–

huantinsuyu.

El desteilo de las paredes i

de la Imagen

sagrada, vino a

quebrarse en los

oros i piedras

de los doseles

i cuerpos de los

Emperadores ya idos; de todos

los dioses de los pueblos diver–

sos; de las innúmeras

ánforas;

de los

animales

i estatuas que

adornaban el templo; i . de toda

aquella multitud dorada; dando

la terrible impresión

de que el

Sol hubiera

bajado

por un is–

tante a posar

en el recinto sa-

grado.

La

inmovilidad

se

hizo

completa, i a ella

sigu1o un si–

lencio de muerte. . . . Nadie osa·

ba mirar la Imagen divina . . . .

Con la cabeza inclinada todos le

tendieron los brazos maravilla–

dos i sobrecojidos de espanto.

El Sol continuó su carrera,

i ooco a poco

sus rayos fueron

abandonando el templo sagrado;

i al incendio, fue sucediendo un

momentáneo eclipse

i un estre–

mecimiento de todos los corazo–

nes.

-Oh, Padre Sol: da la ale–

gría i la luz a todos tus Hijos ...

I ei Sol pareció escuchar la

plegaria.

Una luz suave vo•lvió a ilu–

minarles, i Huaina Kápac se pu–

so de pie.

La ceremonia había

tocado a su fin .....

Los uíllacs colocat:on la ima–

gen de lnti en sus andas, hechas

todo de oro macizo, i cuyo peso

era tal que casi

doblaba a los

nobles que las cargaban.

Asimismo

los Huaka Ka·

máyoc, que cuidaban de los cuer–

pos sagrados

de los Emperado–

res,

los colocaron en riquísimas

andas, desde las

que parecían

mirar a sus vástagos con la sere–

nidad de sus ojos inmóviles.

Sobre las baldosas

de oro

del piso, cubiertas por calies con

finísimas telas de ricos i hermo·

~os

dibujos, las pisadas eran tan

sedas, que los hombres parecían

hmtasmas.

Huaina Kápac adelantó ma–

jestuoso i .solemne, hacia

~a

puer–

ta. Subió a sus andas, cuyos ba–

rrotes

de madera

finísima, in·