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ve soplido, exclamó
con cierta
austera alegría,
dirigiéndose al
lnka, después de reverenciarle:
-Hijo del' Sol: tu Padre a–
cepta la ofrenda
i viene alegre
a gozar la fiesta que tú le ofre-
ces.
Entonces las akl]as entona–
ron emocionadas el Himno del
Sol.
En ese istante
preciso, los
rayos del gran Luminar llegan–
do desde los·
cielos, penetraron
por las altas ventanas, e hirien–
do el oro bruñido
i las piedras
preciosas de la Imagen Sagrada,
produjeron un
reflejo intensísi–
mo, obligando a los nobles a ce–
rrar los ojos
en brusco deslum–
bramiento.
Aquellos
VIVO$
reflejos in–
cendiaron las planchas
de oro
que cubrían las paredes del tem–
plo, las cuales dejaban tan sólo
leves espacios
para los lienzos
donde las akllas
habían repre–
sentado, con toda
frescura, los
retratos de los lnkas i sus haza–
ñas. En esas planchas había es–
crito el buril, en dibujos hermo–
sos, la magna
epopeya de Ta–
huantinsuyu.
El desteilo de las paredes i
de la Imagen
sagrada, vino a
quebrarse en los
oros i piedras
de los doseles
i cuerpos de los
Emperadores ya idos; de todos
los dioses de los pueblos diver–
sos; de las innúmeras
ánforas;
de los
animales
i estatuas que
adornaban el templo; i . de toda
aquella multitud dorada; dando
la terrible impresión
de que el
Sol hubiera
bajado
por un is–
tante a posar
en el recinto sa-
grado.
La
inmovilidad
se
hizo
completa, i a ella
sigu1o un si–
lencio de muerte. . . . Nadie osa·
ba mirar la Imagen divina . . . .
Con la cabeza inclinada todos le
tendieron los brazos maravilla–
dos i sobrecojidos de espanto.
El Sol continuó su carrera,
i ooco a poco
sus rayos fueron
abandonando el templo sagrado;
i al incendio, fue sucediendo un
momentáneo eclipse
i un estre–
mecimiento de todos los corazo–
nes.
-Oh, Padre Sol: da la ale–
gría i la luz a todos tus Hijos ...
I ei Sol pareció escuchar la
plegaria.
Una luz suave vo•lvió a ilu–
minarles, i Huaina Kápac se pu–
so de pie.
La ceremonia había
tocado a su fin .....
Los uíllacs colocat:on la ima–
gen de lnti en sus andas, hechas
todo de oro macizo, i cuyo peso
era tal que casi
doblaba a los
nobles que las cargaban.
Asimismo
los Huaka Ka·
máyoc, que cuidaban de los cuer–
pos sagrados
de los Emperado–
res,
los colocaron en riquísimas
andas, desde las
que parecían
mirar a sus vástagos con la sere–
nidad de sus ojos inmóviles.
Sobre las baldosas
de oro
del piso, cubiertas por calies con
finísimas telas de ricos i hermo·
~os
dibujos, las pisadas eran tan
sedas, que los hombres parecían
hmtasmas.
Huaina Kápac adelantó ma–
jestuoso i .solemne, hacia
~a
puer–
ta. Subió a sus andas, cuyos ba–
rrotes
de madera
finísima, in·